Bloomberg Opinión — Ahí estaba, seis meses después de dejar de ser canciller de Alemania. Relajada pero pensativa después de largos paseos por las tempestuosas costas del Báltico escuchando Macbeth en formato audiolibro, Angela Merkel tenía muchas cosas en la cabeza, muchas que quería explicar de cara a la posteridad. Pero no estaba para ofrecer disculpas o mea culpas.
Reflexionando sobre décadas de interacciones con el presidente ruso Vladimir Putin, Merkel dijo que siempre había sabido que el comercio y el diálogo por sí solos no lo convertirían en un buen vecino. Pero ¿qué debía hacer Alemania al respecto? ¿Ignorar al país más grande de su continente?
Dijo que comprendió muy pronto que Putin “odiaba” la democracia y quería “destruir” la Unión Europea, a la que consideraba una puerta de entrada a la OTAN para antiguas repúblicas soviéticas como Ucrania, a la que considera parte de la esfera de influencia de Rusia y, por tanto, de la suya.
Merkel admitió que la concesión de la OTAN de 2008 estaba lejos de ser ideal. Ella había impedido que la alianza iniciara el largo proceso de convertir a Ucrania y Georgia en miembros, convencida de que ese paso habría provocado exactamente el tipo de guerra que Putin está llevando a cabo ahora. Además, recordó, Ucrania no era todavía el país de héroes en el que se ha convertido, sino uno corrupto y dirigido por oligarcas que muchos aliados de la OTAN no habrían estado dispuestos a defender.
El compromiso, tal y como ella ayudó a negociar, fue declarar que Ucrania y Georgia podrían entrar en la OTAN algún día, pero no ahora. Esto dejó a Ucrania decepcionada y a Putin furioso.
Merkel negó que su respuesta fuera demasiado suave cuando Putin se anexionó Crimea en 2014. Al fin y a cabo, expulsó a Rusia del Grupo de los Ocho, convirtiéndolo de nuevo en el G7. Y ella ayudó a mantener a la UE unida al aprobar primero, y luego renovar, las sanciones contra Rusia. Hubiera sido peor, dijo, que algunos países se adelantaran con medidas más duras, para luego acabar dividiendo a Europa y Occidente, que es lo que Putin quería y sigue queriendo.
¿Y el ejército alemán? El país comenzó a recortar su gasto en defensa antes de su mandato, pero gran parte de la desmilitarización que sus aliados han criticado durante mucho tiempo se produjo a lo largo de su tiempo al frente de Alemania. Y, sin embargo, su partido fue el único que incluyó en su programa el objetivo de la OTAN de gastar el 2% del producto interior bruto en defensa. Además, ella aumentó el gasto militar en los últimos años. Más no era posible con sus socios de coalición y el estado de ánimo del público en ese momento.
Una y otra vez, Merkel volvió a los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015. Esas fueron las conversaciones en las que ella y el presidente de Francia, con el líder de Bielorrusia como anfitrión, moderaron entre Putin y el líder de Ucrania en ese momento. El resultado no fue bueno. Ucrania tuvo que hacer grandes concesiones sobre sus partes orientales, el llamado Donbas, a cambio de un alto el fuego que nunca se respetaría verdaderamente.
Y, sin embargo, Merkel insistió en que estos acuerdos permitieron a Ucrania ganar un tiempo valioso que pudo utilizar para prepararse para la verdadera embestida rusa de este año. Siempre apoyó a Ucrania, dijo, pero tenía el deber de trabajar con la realidad sobre el terreno. Y Minsk devolvió la calma, al menos por un tiempo.
Reflexiva y elocuente, me hizo pensar en Neville Chamberlain. Fue el primer ministro británico que en 1938 se reunió con Adolf Hitler en Múnich para asegurar lo que esperaba que fuera “la paz en nuestro tiempo”.
En ese momento, el líder nazi ya había remilitarizado Renania y anexionado Austria, y se preparaba para engullir Checoslovaquia, alegando que sus alemanes de etnia sudete estaban ante la amenaza de una “aniquilación”. Los ecos deberían haber sido audibles ya en Minsk, después de que Putin asaltara Georgia, Crimea y Donbas.
Merkel, al igual que Chamberlain, podría en consecuencia pasar a la historia como la encarnación del “apaciguamiento” del mundo democrático a un tirano que (en retrospectiva) nunca podría haber sido aplacado. Tanto Merkel como Chamberlain, políticos inteligentes y sofisticados, serán recordados por haber flaqueado cuando deberían haber trazado una línea, por ser débiles cuando deberían haber sido fuertes. En las lecciones de historia, Merkel en Minsk será equiparada con Chamberlain en Múnich.
Sin embargo, este veredicto retrospectivo necesita un asterisco. Lo que hoy parece obvio no estaba nada claro en aquel momento. Hitler podría, posiblemente, haberse detenido en Checoslovaquia, sin pasar a Polonia, y luego al resto de Europa y a Auschwitz. Putin, plausiblemente, podría haber tratado de reconstruir la reputación y la economía de Rusia en lugar de convertir a su país en un paria internacional. Podría haber muerto o haber sido destituido. Ni siquiera Merkel podría haber previsto lo aislado, física y mentalmente, que llegaría a estar.
La diplomacia no se equivoca sólo porque a veces falla, reflexionó Merkel en el escenario. En general, dijo, no se arrepiente de nada, porque no podría haberse esforzado más por evitar la tragedia que ahora se está produciendo.
Hace exactamente un año hice un perfil de la entonces canciller saliente tras 16 años al mando de Alemania, calificando su legado de “posheroico”. Ese adjetivo parece aún más acertado hoy. Sin embargo, en aquel momento el balance de sus logros era positivo. Había sido una líder de pequeños pasos, pero sobre todo una canciller tranquilizadora que, a través de sucesivas crisis, mantuvo unidos a Alemania, a Europa y a veces a Occidente. Su mansedumbre y acomodación hacia Rusia -y China- no eran más que notas a pie de página en un tomo de varios capítulos sobre liderazgo.
Putin invirtió esa narrativa y, con ello, el legado de Merkel. Las notas a pie de página son ahora el título. Sean cuales sean sus razones en aquel momento, Merkel, al igual que Chamberlain, representa ahora el apaciguamiento. Su falla más imperdonable fue que (si ya entendió la amenaza de Putin como afirma), no explicó el peligro para los alemanes y los europeos. Al no comunicarse, dejó al continente poco preparado.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.
Este artículo fue traducido por Estefanía Salinas Concha.