Bloomberg — El Presidente chino Xi Jinping fue recibido con aplausos durante una visita a la Universidad Renmin de Pekín en abril. Allí dijo a estudiantes y profesores presentes: “Debemos seguir promoviendo la modernización del marxismo”. También les señaló que la investigación en ciencias sociales debe tener “características chinas” y contribuir al “sistema de conocimiento independiente de China”.
Fue un notable contraste con lo que había ocurrido 11 años antes, cuando Hu Jintao, el predecesor de Xi, visitó el mismo campus para “escuchar atentamente” los debates sobre macroeconomía. Eso fue en los años de bonanza de China. La economía crecía por encima del 10% anual, y los empresarios privados de sectores como el inmobiliario y el tecnológico operaban con más autonomía que nunca. La corrupción y la contaminación estaban ampliamente extendidas. No se mencionaba a Karl Marx.
Ahora, Xi se reunió con dos “economistas políticos” -Liu Wei, presidente de la universidad, y Zhao Feng- que mezclan el marxismo con elementos de la economía occidental. La visita puso de manifiesto el giro de China hacia la financiación y el apoyo a investigadores que desconfían del poder de las empresas privadas. Algunos, de hecho, abogan por prohibir el capital privado en sectores enteros. El mensaje era claro: en la China actual, el marxismo ha vuelto, y es mejor que los inversores tomen nota.
El cambio intelectual no ha tenido lugar de un día para el otro, pero se ha hecho más evidente en los últimos dos años. Desde finales de 2020, cuando el Partido Comunista de China comenzó a prometer que frenaría la “expansión desordenada del capital”, una embestida reguladora ha barrido la economía y el mercado de valores.
Pekín redujo el poder de las mayores empresas de internet y videojuegos del país con nuevas normas respaldadas por duras multas. También lanzó una campaña para frenar el crecimiento de la deuda, ahogando una industria inmobiliaria dominada por el sector privado. Además se prohibió por completo la enorme industria que ofrece clases particulares con fines de lucro a los alumnos de escuela.
Al principio, los economistas de los bancos de inversión interpretaron las declaraciones del partido sobre la expansión desordenada del capital como un llamamiento para frenar el poder de las grandes empresas, algo similar a los esfuerzos antimonopolio que Estados Unidos y Europa estaban llevando a cabo en lo que respecta a las plataformas tecnológicas. Sin embargo, los economistas políticos respaldados por Xi lo han visto de otra manera: como un llamamiento a la renovación total de la relación entre el Estado y las empresas privadas.
“Lo que Xi está tratando de hacer es utilizar el Estado para ordenar los problemas del capitalismo”, dice Yuen Yuen Ang, profesor adjunto de la Universidad de Michigan y experto en política china.
Xi y los pensadores de su círculo no lo plantean así, por supuesto. El capitalismo no existe oficialmente en la “economía de mercado socialista” de China. Cualquier académico que quiera publicar abiertamente no debe desviarse demasiado de la línea del partido.
La definición del partido, no obstante, capta algo importante: China combina la planificación y la propiedad del Estado en áreas críticas como la industria pesada y las finanzas con un enfoque más indiferente a sectores considerados menos estratégicos.
Desde la década de 1980, bajo la influencia de las teorías occidentales de que los mercados promueven la eficiencia, Pekín permitió a las empresas determinar los precios y la producción de casi todos los productos en función de la oferta y la demanda. El Estado apenas interviene en los mercados laborales, salvo a través de la política de hukou que impide a los trabajadores inmigrantes acceder a las prestaciones de la seguridad social disponibles en las ciudades. Con un escasos niveles de redistribución de la riqueza, los empresarios ricos a menudo ejercían influencia en la política, y algunos desarrollaban vínculos de amiguismo con los funcionarios locales.
El modelo se extendió durante más de tres décadas, pero el aumento de la desigualdad y la corrupción erosionaron su legitimidad. Con sus medidas contra la corrupción y sus llamamientos a la “prosperidad común”, Xi ha puesto en tela de juicio elementos clave del modelo, y aún no ha terminado.
Xi, que cumplirá 69 años en junio, se formó sus primeras opiniones políticas en la década de 1960, en el punto álgido de la influencia marxista en China. Aunque se hizo un nombre dirigiendo provincias que albergaban algunas de las mayores empresas privadas de China, sigue siendo fiel a esas lecciones iniciales. “El análisis de Marx y Engels sobre las contradicciones básicas de la sociedad capitalista no está anticuado”, dijo Xi en uno de sus últimos discursos importantes como líder del partido antes de convertirse en presidente en 2013. “Tampoco lo está la visión materialista histórica de que el capitalismo está destinado a morir y el socialismo a ganar”.
En 2015, Xi llamaba a romper con el dominio de la economía influenciada por Occidente, instando a los académicos a resumir la experiencia de la nación en un nuevo cuerpo teórico, al que se refirió como “Economía Política Marxista China”. El crack financiero de 2008 ya había convencido a muchos de que los economistas occidentales ya no tenían todas las respuestas. Con el partido a cargo de las universidades, la nueva teoría se ha convertido en una importante prioridad de investigación para los académicos, que ahora se refieren a ella como “Economía Política Socialista con Características Chinas” (SPECC).
El dinero está fluyendo hacia allí. Antes de 2016, solo un puñado de estudios de “economía política” aparecía en la lista anual de proyectos de investigación en ciencias sociales que podían recibir ayudas del Gobierno central. Para el 2019 el número había aumentado a 18. Pekín creó siete centros de investigación SPECC en las principales universidades del país, donde los investigadores escriben sugerencias políticas y redactan libros de texto. Los dos economistas con los que se reunió Xi durante su visita universitaria de abril pertenecían al centro SPECC de la universidad, dirigido por Liu.
La economía occidental “no puede ser adorada ciegamente ni copiada de forma simplista”, afirma un libro de texto del SPECC para estudiantes universitarios. Para explicar la economía se utilizan teorías marxistas como la explotación y la plusvalía.
Los economistas políticos chinos no están llamando a una nacionalización total de la economía, pero algunos piden que se cierren sectores al sector privada. Según el libro de texto del SPECC, dado que los beneficios capitalistas representan la explotación de los trabajadores, el hecho de que los beneficios de las empresas estatales sean propiedad del Estado (y se utilicen en beneficio del pueblo) hace que el sistema chino sea superior al capitalismo. Zhao, uno de los economistas políticos que se reunió con Xi en abril, afirma que “solo en una sociedad de propiedad pública” se puede alcanzar la prosperidad común.
En 2021, los inversores se esforzaron por predecir qué sectores serían los siguientes en ser afectados por los avances de los reguladores, lo que hizo tambalear la confianza y añadió un viento en contra al crecimiento económico. Este año, Xi y los principales líderes se comprometieron a crear un sistema de “semáforo” para proporcionar una guía más clara. Es probable que los economistas políticos den forma a ese sistema.
Bruce Pang, jefe de investigación macro y estratégica de China Renaissance Securities, dice que observa la producción de los institutos de investigación de las principales universidades chinas y los think tanks que operan bajo el Consejo de Estado, el organismo que dirige el gobierno a diario. Actúan como canales para la recopilación de información e inteligencia y para la comprobación y difusión de políticas. “La presión regulatoria podría ser la nueva normalidad”, dice.
Después de que el partido introdujera la frase “expansión desordenada del capital”, Jiang Yu, uno de los teóricos más jóvenes del SPECC (nació en la década de 1980), explicó que su objetivo era advertir a los empresarios privados de que no desafiaran las políticas del partido.
“El criterio fundamental para juzgar si hay una expansión desordenada del capital es si su papel choca contra los objetivos centrales del sistema socialista”, escribió Jiang, investigador del Centro de Investigación del Desarrollo del Consejo de Estado. “Esto incluye no poner en peligro el liderazgo del partido”.
Jiang comenzó su carrera investigando el sistema sanitario chino, que se ha ido abriendo progresivamente a la propiedad del sector privado desde la década de 1990. “Cuando estudié por primera vez economía occidental, pensé que el mercado podía tener un papel rector en el sector sanitario. Pero la investigación sobre el terreno cambió mi punto de vista. Vi que la privatización perjudicaba a los pacientes”, escribió en 2019. Ahora, “la legislación debería mantener el capital con ánimo de lucro fuera del sistema de servicios médicos”, argumenta. Estos sentimientos indican que la sanidad podría ser un posible objetivo de futuras campañas de regulación.
Otros economistas SPECC sostienen que la expansión del capital se relaciona específicamente con el sistema financiero, al que se refieren en términos marxistas como “capital ficticio.” Dicen que los empresarios especulan con activos financieros e inmobiliarios para obtener beneficios rápidos en lugar de invertir en la economía “real”, como la manufactura. Sus puntos de vista aportan peso intelectual a la batalla de Xi para reducir el apalancamiento en la economía y hacer que la vivienda sea “para vivir, no para especular”, incluso a costa de un menor crecimiento económico.
Sin embargo, algunos economistas políticos tienen visiones más positivas sobre los beneficios de la empresa privada. Y últimamente hay indicios de que Xi se inclina por este bando, ya que los cierres por Covid-19 y el desplome del sector inmobiliario pesan sobre la economía. A principios de mayo, el veterano economista Liu Yuanchun, que proporcionó previsiones macroeconómicas a la administración de Hu, fue convocado desde el centro SPECC de la Universidad Renmin para dar una conferencia al máximo órgano de decisión del partido, el Politburó.
Liu ha destacado la opinión de Marx de que el capitalismo, aunque sangriento, “ha creado más riqueza de la que jamás han visto los seres humanos”, y señala a los estados de bienestar de estilo europeo como modelo para domar el sistema de libre mercado. También se remite a la Era Progresista de principios del siglo XX en Estados Unidos, con sus esfuerzos por frenar a las empresas monopolistas, atajar la corrupción y evitar los auges y caídas del crédito mediante normas financieras más estrictas. Por ahora, China debe “lograr un equilibrio relativo entre el trabajo y el capital, sin decantarse por uno u otro lado”, argumentó en un artículo reciente.
Tras la reunión, Xi repitió el mantra sobre la prevención de la expansión desordenada del capital y advirtió que no regular su crecimiento “causará un daño inestimable”. Pero añadió que “es necesario estimular la vitalidad del capital de todos los tipos, incluido el capital no público, y dar pleno juego a su papel positivo”. Los capitalistas chinos respiraron aliviados. Por ahora.
Hancock es el reportero principal que cubre la economía de China para Bloomberg News.