Bloomberg Opinión — En un momento en el que la inflación está al rojo vivo en un año electoral importante para EE.UU., la mejor decisión política puede ser externalizar la lucha a los bancos centrales. Después de todo, la estabilidad de precios representa una gran parte de su trabajo. Sin embargo, los líderes gubernamentales podrían descubrir que el costo de frenar la inflación es una fea recesión. No está claro si están preparados para lidiar con ese escenario.
Los precios están aumentando al ritmo más rápido en décadas en todo el mundo, y hay buenas razones para dejar que los responsables de formular políticas monetarias continúen con su tarea sin presión política. Los bancos centrales, al menos en teoría, son capaces de moverse rápidamente y libres del tire y afloje que caracteriza a las soluciones legislativas.
Para los gobiernos esto es siempre ventajoso: pueden culpar a otros por cualquier error, mientras que se adjudican la gloria si la medida resulta exitosa. Hubo una fuerte insunuación en ese sentido en los comentarios Joe Biden al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, el martes. “Mi plan es lidiar con la inflación”, dijo el presidente. “Eso comienza con una propuesta simple: respetar a la Fed, respetar la independencia de la Fed, lo que he hecho y seguiré haciendo”.
La autonomía de la Fed es considerada el estándar de oro en muchas partes del mundo, sin importar que Donald Trump haya abusado de Powell y planteado la idea de hacer que deje de presidir la institución (Incluso en los mejores tiempos, esta independencia no es completamente pura, y los funcionarios de la Fed prestan mucha atención al estado de ánimo en el Congreso). Entonces, ¿por qué Biden se sintió obligado a enfatizar que Powell tenía las manos libres para actuar? El jefe de la Fed habría reconocido la oportunidad y el peligro implícito en las declaraciones. Continúa y ajusta todo lo que quieras, pero la responsabilidad es tuya, podría haber sido un subtexto.
Claro, los líderes electos quieren que baje la inflación, pero también aman un mercado laboral fuerte y odian las recesiones. ¿Biden está preparado para pagar el precio más alto por decirle a Powell que siga en esa línea? Tengo mis dudas.
Powell probablemente tampoco quiere generar una recesión. Pero ya es muy consciente de que la economía global está perdiendo impulso. China tendrá dificultades para crecer mucho este año y la recesión es motivo de conversación en el Reino Unido. Inevitablemente se han hecho analogías con Paul Volcker, el presidente de la Fed entre 1979 y 1987, quien atacó la inflación a costo de una depresión profunda– y tuvo su propia cuota de conversaciones incómodas en la Casa Blanca de Reagan. Las encuestas ya se ven terribles para los demócratas en las elecciones de mitad de período de noviembre. La desaceleración del crecimiento y un mercado laboral más frío no serán precisamente una ayuda.
Sin desestimar lo heroico que fue Volcker, puede que su caso no sea la analogía perfecta para el momento actual. (Murió en 2019). El mundo de principios de la década de 1980 estaba bastante contenido: la Guerra Fría se desarrollaba intensamente y la mitad del mundo apenas tenía mercados de capital. China era un pececillo. Volcker dio un golpe en aquel momento y con gran fuerza porque se había dejado que la inflación empeorara durante al menos una década. Eso no es comparable con la situación actual, escribió Ethan Harris, economista global de Bank of America Corp., en una nota reciente. “Lo último que necesita el mundo ahora es un shock político del tamaño como el que tuvo lugar durante la etapa de Volcker”, señaló. Él “más o menos deliberadamente creó una de las mayores recesiones en la historia moderna. Esta vez es diferente. Los cuellos de botella en la cadena de suministro (los bancos centrales no pueden hacer mucho al respecto) probablemente hayan alcanzado su punto máximo y es probable que una medida clave de la inflación retroceda a fin de año. Una corriente descendente inducida por la política puede ser un problema para el próximo año, reconoce Harris.
Los comentarios de Biden también deben verse en el contexto de una actitud defensiva más amplia en Washington. A principios de esta semana, el presidente escribió una columna de opinión para el Wall Street Journal sobre cómo acabará con la inflación. El informe mensual de empleo, quizás la publicación económica más política hasta que estalló la inflación, se presentará el viernes. Los altos funcionarios han tenido cuidado a la hora de decir que es probable que el crecimiento del empleo se desacelere y Biden lo describió como “una señal de que estamos pasando con éxito a la siguiente fase de recuperación”. Parece ser un buen momento para sacar los mea culpas del camino. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, le dijo a CNN que se equivocó al predecir el año pasado que los precios elevados tendrían una corta duración.
Yellen, quien precedió a Powell como presidenta de la Fed, estuvo en buena compañía. Los bancos centrales de todo el mundo fueron tomados por sorpresa por la ausencia de inflación tras la crisis financiera mundial de 2007-2009. Los precios en alza no se escondían realmente detrás de cada número optimista. Eso llevó a los responsables de política monetaria, desde Sídney a Fráncfort, a centrarse en echar a andar el mercado laboral a toda máquina. Manifestaron una preferencia por los resultados, no por las proyecciones.
El riesgo ahora es que si las autoridades esperan señales claras e inequívocas de que la inflación se ha disparado, podrían pasar por alto el giro a la baja de la economía. Eso podría hacerlos recortar las tasas más de lo que podrían haberlo hecho de otra forma. El ciclo se repetiría. La independencia se convirtió en una forma atractiva de fijar el precio del dinero porque los bancos centrales podían actuar con rapidez, si era necesario. Eso supone que todavía no siguen luchando vigorosamente en la última guerra.
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