Alejados del tráfico vehicular, el estrés diario de las oficinas y el ritmo frenético de las grandes ciudades, cada vez más colombianos optan por llevar una vida fuera de los estándares y se inclinan por vivir en comunidades autosostenibles con sus familias u otras personas con las que comparten la convicción de salir del molde.
Mucho antes de la pandemia el modelo de ecoaldea se adoptó en el país, pero la crisis por el coronavirus fue un detonante para que más personas en Colombia se inclinaran por una vida fuera de las grandes ciudades impulsados por las nuevas dinámicas como el teletrabajo.
Desde diferentes perspectivas, el modelo de comunidades autosostenibles se ha expandido en el país, en donde factores como llevar una vida más saludable y ecológica, hasta proyectos sociales y artísticos, han contribuido para la toma de estas decisiones. A continuación tres historias de personas que decidieron tomar este rumbo en Colombia.
Una vida diferente
Betto Gómez es el cofundador de la villa ecológica proyecto Gaia, que comenzó como un colectivo de artistas en Bogotá que hacía activismo para exponer los problemas causados tanto por el cambio climático como la contaminación ambiental a través del cine, galerías de arte, entre otros.
“Con el tiempo nos fuimos dando cuenta de que la única forma de cuidar la tierra era venirnos a vivir al campo, porque haciendo marchas y este tipo de activismos sí generabamos una sensibilización, pero no cuidábamos un territorio realmente”, indicó.
Con esto en mente crearon hace nueve años este proyecto en búsqueda de la autosuficiencia y el cuidado de la tierra con sus propias acciones en la población de Santa Sofía (Boyacá), situada a unos 17 kilómetros de Villa de Leyva.
Se trata de un territorio de 100.000 metros cuadrados, de los cuales 20.000 metros se destinan a áreas familiares. Puntualmente son 20 unidades de 1.000 metros cuadrados en donde cada persona puede construir su casa de forma ecológica con sistemas de energía solar, recolección y depuración de aguas lluvia, entre otros.
Es una comunidad conformada por unas 18 personas quienes ocupan la mayor parte de su tiempo en el cultivo de las huertas propias o las comunitarias.
“Tenemos un fondo común para poder empezar a hacer mantenimiento y hacer otras actividades aquí en la villa”, que también contrata a personas de la región para hacer estas labores y acoge a voluntarios
La villa ecológica proyecto Gaia se financia en la actualidad con la venta de los productos que salen de la huerta, así como el turismo y otras actividades.
Muchos de ellos combinan estas actividades con sus profesiones, ya que el grupo lo integran conferencistas, diseñadores gráficos, entre otros, que contribuyen con la economía alternativa.
“Nosotros inicialmente nos preocupamos por disminuir nuestra huella ecológica y ahí empezamos a ser sustentables”, contó Betto Gómez, quien destaca que han alcanzado la autosuficiencia energética en un 80% o 90%, en agua un 100%, mientras que en alimentos llegan a un 20% o 30%.
“Porque la mayoría de productos que se consumen ya no se producen en Colombia, por decir algo el trigo, los aceites o los frutos secos”, dijo.
Gaia ha adoptado modelos como el trueque espontáneo y en alguna ocasión tuvo el proyecto de emitir su propia moneda, chronos, pero la descartaron al no ser una comunidad 100% autosuficiente en la que cada miembro pueda producir sus alimentos, lo que podría generar desigualdades.
Neocampesinos: volver a las raíces
La ecoaldea Anthakarana, en el Quindío, es una asociación sin ánimo de lucro que está constituida por la familia de Deyanira Susa, una licenciada en Literatura y con maestría en Educación personalizada que le dio un giro a su vida.
“Esta propuesta nace más o menos hace 16 años, nosotros somos maestros por vocación, de toda la vida y hubo un momento en el que el paradigma en el cual vivíamos empezó a estancarse, empezó como a no darnos respuesta a lo que deseábamos”, comentó en entrevista con Bloomberg Línea.
Además de ser maestros en la escuela pública y en la Universidad del Quindío, combinaban sus actividades con el teatro, principalmente involucrando a los niños y a los jóvenes de la región.
“En una ocasión, en una clase de Economía mi esposo hablaba con los chicos de que definitivamente ese paradigma económico de la globalización ya no respondía a nosotros. Entonces le decían: ‘Bueno profe, pues si esto no funciona qué es lo que funciona’, y dijo: ‘Pues vamos a empezar a buscar qué es lo que nos va a funcionar’. Y ahí fue como la primera puntada de empezar a preguntarnos qué era lo que queríamos y qué era lo que funcionaba”, contó.
Fue ahí cuando apareció lo que ella califica como un llamado fuerte de la vida, que fue un cáncer de mama que frena todo sus procesos con la academia y el ajetreo de la vida diaria, con lo cual empezó a cuestionarse sobre qué era lo que en realidad necesitaba.
“Y aquí nace el concepto de las ecovillas en Europa. Empezamos a conocer cosas que estaban sucediendo e hicimos una reunión aquí cerca en Calarcá con amigos como del mismo corte, de pensar en la vida diferente. Y ahí nace la importancia de empezar a visualizar qué es una ecoaldea”, contó.
Fue así como comenzaron con una iniciativa en Salento, en donde se denominan guardianes de un espacio de tres cuadras y media, de las cuales solo han ocupado una porción ya que “labrar la tierra es sumamente complicado”, pero una experiencia muy gratificante.
El terreno estaba dedicado al ganado, por lo que la tierra estaba muy pisada, aunque una de las ventajas fue el hecho de poder acceder al agua que viene de tres quebradas, además de que tienen acceso a cascadas.
“Hemos dejado que el bosque surja hasta donde él quiera y solo tomamos lo que sea preciso. Todo lo que está construido aquí nos lo ha dado el mismo bosque. Cuando se han derribado los eucaliptos, que era lo que más había, todo el mundo nos decía que no servían para construir. Nosotros hemos construido cabañitas, no tenemos casas”, relata.
Abandonaron su casa de Armenia, capital del departamento, y permaneció así durante casi cuatro hasta que su hijo, que es médico tradicional chino, instaló su consultorio allá.
La familia ha tomado distintos talleres para poder adaptarse mejor a las condiciones, por lo que aprendieron a hacer filtros naturales para el agua y actualmente también son custodios de la Red de Semillas Libres en el Quindío.
En la actualidad, producen quinua, amaranto, maíz, cidra, yuca, plátano, guineo, banano, zapallo, diferentes tipos de cebolla, zucchini, entre otros productos en pequeña escala, y los que sobran, o se comercializan o se intercambian bajo un esquema de trueque con la comunidad.
Todos estos productos se cultivan con abonos naturales, aunque algunos vecinos no están conectados con estos procesos y utilizan químicos, por lo que también trabajan en esa concientización.
“Decimos que somos los neocampesinos, somos personas que hemos resonado nuevamente con la Tierra gracias a que nuestros ancestros, nuestros abuelos, bisabuelos, nos dejaron como esa herencia sembrada en el corazón y hay un momento de la vida en que uno quiere como regresar. Y cuando uno pone el corazón y pone el oído definitivamente resuena y creo que hay que escuchar esas señales”, manifestó Deyanira Susa.
Paralelo a los ingresos que genera la ecoaldea con la producción agrícola, también realizan otro tipo de actividades como el Campamento de Mujer, Montaña y Luna en donde las personas vienen a encontrarse y a sanar sus problemas, según dice.
Ecoaldea de “interés social”
Ángela Cuevas es la fundadora de Nashira, que denomina como una “ecoaldea de interés social” en la que habitan unas 400 personas (100 de ellos niños), bajo la dirección de las mujeres, ya que por estatuto la junta directiva está conformada por ellas.
A diferencia de otras iniciativas, esta nació como un proyecto social para mujeres de bajos recursos en Cali que trabajaban haciendo papel y que vivían en casas de inquilinato en donde había hasta 70 personas.
Después de varios intentos por establecer la ecoaldea, por fin pudieron encontrar un terreno de 30.000 metros que estaba en venta por parte de unos ciudadanos españoles que se estaban yendo del país y pedían $150 millones por la finca a comienzos de este siglo.
Fue en este espacio en donde se formó la ecoaldea con el grupo de mujeres, muchas de ellas con vocación agrícola y que venían desplazadas de otros departamentos como el Huila o Nariño, cuenta a Bloomberg Línea Ángela Cuevas, fundadora del movimiento político Mujeres por la Democracia y quien en 1990 fue elegida presidenta Mundial de la Federación Internacional de Abogadas (FIDA).
“Conseguimos una maquinita para hacer papel reciclado y les enseñamos a hacerlo. Por dos años les compramos todo el papel que ellas hacían, pero vivían en una situación muy terrible y muchas de ellas eran invasoras en lotes, otras vivían en casas de inquilinato, entonces de allí salió la idea de que necesitaban era tener casas”, dijo.
En una primera instancia las mujeres venían a ese espacio para tomar cursos de reciclaje y separación de basuras, elaboración de papel y montaje de huertas para generar ingresos, pero luego, gracias a un subsidio del Banco Agrario, se pudo obtener los recursos para construir las primeras 41 casas, que se completaron luego con otra ayuda estatal para completar 80.
La ecoaldea, considerada la más innovadora en 2018 al obtener el Premio Hildur Jackson, ha recibido apoyos de distintas organizaciones globales que le han permitido expandir el proyecto Nashira, cuya comunidad también se dedica al cultivo de aguacate, guayaba, coco, moringa, entre otros, así como la crianza de gallinas y además tienen un restaurante.
En Nashira cada casa tiene su propia economía, pero las personas realizan labores de mantenimiento del espacio común y trabajan en comunidad para preservar el espacio, que también abre sus puertas para los visitantes y les permite hospedarse para conocer más de su estilo de vida, lo que también les genera ingresos extra a las mujeres.
“Ellas recogen la basura a 30 kilómetros a la redonda, la llevan a un centro de acopio que está allí dentro de la ecoaldea, la separan y la comercializan”, explica Ángela Cuevas, aunque también parte de estos productos es reutilizada para hacer todo tipo de utensilios para los hogares. “Usted va a ver que en muchas de las casas hay troncos de árboles en vez de mesas, hay lámparas hechas de botellas de plástico”, dice.
Lo que se busca en la actualidad es que la nueva generación de los miembros de Nashira puedan asistir a la universidad y cumplir sus metas, así como hacer todo lo posible para que haya un fondo común para que adelanten sus estudios “cuando en su familia nunca ha habido ningún profesional”.