Bloomberg Opinión — Ha surgido un nuevo e inesperado obstáculo para las ambiciones ecológicas del presidente Joe Biden: una diminuta empresa de energía solar con sede en San José.
Auxin Solar Inc., que representa todo el 2% de la fabricación de módulos solares en Estados Unidos, convenció recientemente al Departamento de Comercio para que abriera una investigación comercial potencialmente devastadora. Después de que EE.UU. impusiera medidas antidumping a los fabricantes chinos de células y módulos solares hace poco más de una década, surgieron proveedores alternativos en Corea del Sur y el sudeste asiático. Auxin sostiene ahora que esos otros proveedores asiáticos son utilizados por las empresas chinas para eludir las medidas antidumping.
Si el Departamento de Comercio acaba estando de acuerdo con el argumento, más de cuatro quintas partes de las importaciones de módulos solares a EE.UU. y la mitad de todas las células podrían verse sometidas de repente a fuertes aranceles, tal vez con carácter retroactivo. La Asociación de Industrias de Energía Solar advierte de las nefastas consecuencias para el desarrollo de la energía solar en EE.UU., fundamental para los objetivos de descarbonización de Biden, y afirma que algunos proveedores ya se están echando atrás por el riesgo. El peso pesado NextEra Energy Inc. (NEE) advierte que la investigación puede retrasar 2,8 gigavatios de proyectos previstos para este año. Timothy Fox, de ClearView Energy Partners, una empresa de análisis con sede en Washington, dice que la inclinación “estructural” de la secretaría de Comercio hacia el proteccionismo puede llevarle a coincidir con Auxin.
Auxin, como muchos fabricantes occidentales de equipos solares, tiene dificultades para competir con China. La cuota de EE.UU. en el mercado mundial de módulos solares se ha desplomado hasta cerca del 1%. La mayor parte de la industria solar estadounidense se dedica hoy a desarrollar, financiar y construir proyectos, más que a fabricar las piezas. Esto explica por qué Auxin es ahora tan popular entre los actores de la energía solar como una planta de carbón.
La idea de que un diminuto fabricante pueda dar un golpe de efecto de tales proporciones a una industria vital parece una farsa. Pero Auxin ha puesto de manifiesto una tensión inherente de la agenda ecológica de Biden.
Hace aproximadamente un año, el presidente comenzó a presentar sus esfuerzos no sólo para salvar el planeta o crear puestos de trabajo, sino también para enfrentarse a China en una competencia similar a aquella con la Unión Soviética por la supremacía industrial. El problema es que la fabricación china es lo que ha hecho bajar el costo de las tecnologías limpias, lo que ha hecho viable la política industrial verde de Biden. Aunque se ha marginado a empresas como Auxin, no puede haber una revolución verde si la energía verde no es competitiva, y las cadenas de suministro globales son las que la han hecho posible.
Sin embargo, la globalización tiene menos defensores, tanto en la izquierda como en la derecha, ya que el populismo, la pandemia y el ataque de Rusia a Ucrania están deshilachando o rompiendo los lazos comerciales. La desglobalización es inflacionaria para todos los tipos de energía. La tendencia secular a la baja de los precios de los equipos solares, las baterías y otras tecnologías limpias se ha detenido.
Piense en esto en términos de externalidades. Los defensores de los combustibles fósiles suelen criticar a las energías renovables por su dependencia de las subvenciones, olvidando convenientemente que su fuente de energía favorita ha disfrutado durante mucho tiempo de la mayor subvención de todas: las emisiones sin precio. Sin embargo, los promotores y defensores de las tecnologías limpias deben enfrentarse ahora a la necesidad de internalizar algunas externalidades sin precio propias: la seguridad y el proteccionismo.
No se puede obviar la realidad de que, aunque una mayoría cada vez mayor de estadounidenses expresa su preocupación por el cambio climático, su naturaleza abstracta hace que a menudo sea necesario cofirmar las políticas para abordarlo, con empleos o infraestructuras o geopolítica o lo que sea. Como muestra el desafío de Auxin, esto crea tensiones, especialmente en torno a los costos.
Del mismo modo, la guerra de Ucrania pone al descubierto algunos dilemas reales. Sería una locura depender demasiado de equipos o minerales críticos de una China que respalda la agresión rusa, por no hablar de la propia Rusia. Igualmente, sería una locura aspirar a la autarquía energética, un fetiche inútil que se remonta a las crisis del petróleo de los años setenta. La interdependencia se puede aumentar o disminuir, pero es ineludible. Obsérvese que el hecho de que EE.UU. haya convertido en exportador neto de petróleo (para satisfacer ese prurito neurótico de los años 70) no ha protegido a los conductores de los altos y volátiles precios de los surtidores. La diversificación de los combustibles fósiles, por otra parte, ofrece una manera de reducir el poder de los petroestados como Rusia (y abordar el cambio climático, obviamente). La victoria de Auxin sería pírrica si, al aumentar los costos, reduce la oportunidad solar en general.
Conciliar estas complejas y conflictivas presiones no es fácil. Pero cualquier intento debe empezar por reconocer que la seguridad nacional y la protección del medio ambiente son bienes públicos que exigen algo más que alguna exención fiscal por aquí o una subvención a la investigación por allá. Tampoco pueden dejarse simplemente en manos del “mercado”. “Significa reconocer que, en realidad, la energía no es una mercancía, es estratégica”, dice Sarah Ladislaw, que dirige el programa estadounidense del Rocky Mountain Institute.
Esto no significa exigir que todos los paneles solares se construyan en fábricas estadounidenses (o mirar hacia otro lado mientras el Departamento de Comercio lo hace efectivamente). Significa establecer objetivos estratégicos como la descarbonización y la seguridad del suministro y, a continuación, utilizar las herramientas del gobierno de forma creativa para equilibrar los costes con los riesgos. Cuando EE.UU. pueda extraer o fabricar razonablemente lo que necesita, debería hacerlo. Cuando no pueda, debería esforzarse por alcanzar acuerdos comerciales con aliados que fomenten cadenas de suministro alternativas.
Biden se ha mostrado dispuesto a utilizar los poderes ejecutivos para fomentar la producción nacional de litio y otros minerales críticos, aunque de forma bastante limitada. Sin embargo, no ha comunicado una estrategia holística, como demuestran sus mensajes contradictorios sobre los combustibles fósiles, que, nos guste o no, también son estratégicos mientras dependamos de ellos de forma abrumadora. Desde el punto de vista político, sigue siendo difícil reunir el esfuerzo colectivo necesario para afrontar los retos que se plantean. Como dice Ladislaw “Estados Unidos intenta tener una política industrial sin ser capaz de hacer lo difícil”.
En caso de que piense que esto es una burla a los demócratas, no lo es. Estas cosas implican compromisos difíciles en el contexto de una mayoría de gobierno muy reducida, la recuperación de una pandemia y una importante crisis de política exterior. El partido de Biden está al menos tratando de lidiar con estas cuestiones vitales. Si busca el liderazgo del partido republicano en materia de energía y clima, lamento informarle de que sus principales líderes están muy ocupados cancelando Disney.
Los imperativos simultáneos de remodelar y descarbonizar los fracturados mercados energéticos requieren algo más que la negación o las medidas parciales o, para el caso, la política establecida por investigaciones comerciales aleatorias.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.
Este artículo fue traducido por Estefanía Salinas Concha.