Mi sorpresa inicial esta semana cuando el actor Will Smith abofeteó a Chris Rock en los Oscar, antes de lanzar una andanada de improperios por un chiste de mal gusto, fue reemplazada rápidamente por un reconocimiento a medias. No conozco a Smith ni sus motivos, pero ese comportamiento rebelde se ha vuelto alarmantemente común desde la pandemia.
La gente está más enojada y más imprudente. Los ánimos están caldeados y la empatía ha dado paso a la irritabilidad y la intolerancia. Hemos olvidado cómo ser civilizados unos con otros. Es hora de que volvamos a aprender cómo comportarnos.
Yo tampoco estoy libre de culpa. Mi viaje en bicicleta, normalmente agradable, se convirtió en una tarea el año pasado cuando me encontré inusualmente alterado por las diversas infracciones de tránsito de otros usuarios de la carretera.
Los datos confirman que estamos más indignados: en los EE.UU., los trabajadores que interactúan con el público, como los asistentes de vuelo y el personal de atención médica, son objeto de abusos con regularidad. Las muertes por accidentes de tráfico se han disparado. Los asesinatos, los crímenes de odio y el abuso doméstico han aumentado. La ciudad de Nueva York está pasando por un momento particularmente difícil.
Aunque EE.UU. es un caso atípico en comparación con Europa en términos de muertes en carretera, el comportamiento violento y antisocial no es un problema exclusivamente estadounidense. En Inglaterra y Gales, los delitos sexuales aumentaron un 12% en el año que terminó en septiembre de 2021 y los delitos contra el orden público (donde los delincuentes causan miedo, alarma o angustia en el público) también van en aumento. Mientras tanto, el fútbol inglés ha registrado un salto de casi un 50% en las detenciones en comparación con el inicio de la temporada anterior a la pandemia, atribuido en parte a un aumento en el consumo de drogas por parte de los espectadores. El rugby galés ha recurrido a servir cerveza más suave en los juegos internacionales para frenar el descontrol de los fanáticos.
De vez en cuando, la furia se ha transformado en transgresión colectiva. El saqueo del Capitolio de los Estados Unidos es un ejemplo extremo. Pero también considere las hordas sin boletos que entraron a la fuerza al estadio de Wembley durante la final europea de fútbol del año pasado. Un informe de un miembro de la Cámara de los Lores sobre ese evento, que coincidió con la relajación de las restricciones de confinamiento en Inglaterra, instó a una “conversación nacional sobre mayor civismo y responsabilidad”.
Tal comportamiento egoísta es aún más aterrador cuando se compara con el coraje de quienes ahora luchan por su libertad en Ucrania y la compasión de quienes ayudan a los refugiados.
Pero no es tan contradictorio como parece. Si bien la guerra genera un sufrimiento y una pérdida inmensos, también existe una sensación de sacrificio compartido y conexión entre quienes deben soportarla, un tema explorado en el libro Tribe (Tribu) de Sebastian Junger. En resumen: los vínculos sociales fomentan el comportamiento pro de la sociedad.
Aunque comenzamos la pandemia aplaudiendo a los trabajadores de la salud, en realidad había poco de ese espíritu de Blitz (Gran Bretaña soportó ocho meses de bombardeos alemanes nocturnos con coraje y resiliencia): estábamos privados de contacto humano, abrumados por el trabajo en el hogar y la crianza de los hijos, y agotados por una gran ansiedad. Los alemanes adoptaron una nueva palabra, mütend, para describir este malestar (una combinación de cansancio y enfado).
Por supuesto, todo este mal comportamiento no puede atribuirse únicamente a Covid-19. Incluso antes de la pandemia, el discurso político se estaba engrosando y la confianza en las instituciones se estaba erosionando. Donald Trump pasó su presidencia incitando a la división y comportándose como un niño malcriado. La Cancel Culture (práctica cultural de cancelar masivamente) y las teorías de la conspiración han hecho que la gente se ponga a la defensiva y desconfíe. El dinero, no la moralidad, se convirtió hace mucho tiempo en la estrella polar de la sociedad, haciendo que las obligaciones sociales se sintieran más transaccionales. La injusticia racial sigue siendo una herida abierta.
Aún así, los confinamientos y los mandatos de uso de mascarillas incendiaron aún más las guerras culturales, y fue difícil pasar por alto la injusticia de funcionarios como los de Downing Streets (casa del primer Ministro del Reino Unido) que se burlan de sus propias reglas. La interacción social en su mayoría cambió en línea, donde el discurso es inherentemente más polarizado y conflictivo.
A medida que las restricciones pandémicas han disminuido, estas frustraciones privadas están saliendo a la luz. Elogiados anteriormente durante el Covid-19 por mantener los estantes llenos, los trabajadores minoristas ahora están sujetos a las diatribas de los clientes cuando sus necesidades no se satisfacen rápidamente. “Estás mirando a alguien y pensando, ‘No creo que esto sea por el queso’”, dijo memorablemente un empleado de una tienda de comestibles al New York Times.
Espero que esta fase sea efímera y que, a medida que la vida vuelva a la “normalidad”, volveremos a aprender a tratarnos con respeto. Es alentador ver que la tasa de comportamiento ingobernable en los aviones retrocede a medida que se reanudan más vuelos. Quizás surja algo bueno de estos meses tensos, ya que ahora somos más conscientes de las luchas y la frágil salud mental de los demás.
Esta forma de actuar es un argumento sólido para una resocialización rápida e integral, es decir, volver a la oficina y mantener las aulas abiertas incluso si la pandemia reaparece. Donde sea seguro abandonar las máscaras, deberíamos, para poder ver las caras de las personas nuevamente.
Los programas que unen a los profesionales de la salud mental con la policía de respuesta a emergencias también pueden ayudar a calmar las situaciones tensas. Pero no debemos tolerar la violencia o el abuso. Las campañas de educación pública pueden ser efectivas, aunque no deberían requerir que los niños enseñen a los adultos cómo comportarse.
Puede sonar anticuado, pero los que están a la vista del público también deben dar un mejor ejemplo. Cuando Will Smith terminó de atacar a Chris Rock y de distraer egoístamente de los logros de sus compañeros, regresó al escenario para recibir su Oscar y recibió una ovación de pie. El mensaje que envió sobre cómo tratamos a los demás fue discordante.
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Este artículo fue traducido por Miriam Salazar