El día que Rusia lanzó su ataque total contra Ucrania, Svitlana Krakovska se encontraba en su ciudad natal, Kiev, trabajando febrilmente para terminar un informe. Como líder de la delegación ucraniana ante el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), ella y científicos de todo el mundo estaban siendo precisos y meticulosos en su sexta evaluación del calentamiento global y las amenazas para la humanidad.
Pero los proyectiles de la artillería rusa comenzaron a estallar a su alrededor y Krakovska y los miembros de su equipo tuvieron que correr hacia los refugios antiaéreos más cercanos.
No obstante, el informe del IPCC se publicó unos días después. En tiempos normales, el contenido aparece en los titulares de todo el mundo. Este habría establecido récords, porque es la lectura más triste hasta ahora en un género que ya era bastante terrible. La humanidad, sugiere, probablemente perderá sus objetivos de limitar el aumento de las temperaturas globales y entrará en una era de calamidades. Pero, por supuesto, estos no son tiempos normales y el mensaje pasó desapercibido en un ciclo de noticias dominado por disparos y muertes.
Agregue esto a la lista de atrocidades cometidas por el presidente ruso, Vladimir Putin. No solo ha violado un país libre, asesinado y aterrorizado a personas inocentes, ha roto todas las normas de la civilización. También ha distraído al mundo de lo que debería ser una búsqueda común para salvar nuestro clima. Los políticos que antes hablaban muy poco más que de Green Deals (políticas públicas para abordar el cambio climático) ahora se centran por completo en resistir el ataque de Putin.
Hay otra conexión entre su guerra y el calentamiento global. Es uno que Krakovska, una madre de cuatro hijos que eligió quedarse en Kiev, ha enfatizado en sus esporádicas llamadas de Zoom con el mundo exterior. Putin gobierna sobre un “petro estado” que vende los mismos combustibles fósiles que causan el cambio climático. Al pagar por su petróleo, carbón y gas, el mundo en efecto ha estado financiando su maquinaria de guerra y agresión.
Por eso la energía se ha convertido también en un arma militar y estratégica para ambos bandos. Putin podría cortar el petróleo, el carbón y el gas que alimentan las economías de Europa. Occidente, por su parte, está tratando de desvincularse de los hidrocarburos de Putin para hacerlo quebrar lo antes posible.
El efecto más visible de este choque es el costo altísimo de todos los combustibles fósiles. El aumento de las facturas de calefacción y los precios de las gasolinas afectará más a los pobres. En el peor de los casos, esto podría conducir a protestas masivas, como los disturbios de los chalecos amarillos de 2018 en Francia, pero más amplias y en más lugares. Muchos países deben temer por su paz social.
Por lo tanto, realmente no hay alternativa a la pausa temporal de Green Deals y otros proyectos destinados a salvarnos a largo plazo. La necesidad de seguridad física actualmente supera todo lo demás. Para sobrevivir ahora y pasar el próximo invierno o dos, sin importar el tiempo que Putin continúe actuando libremente, debemos reemplazar un tipo de combustible fósil, el suyo, con todos los otros.
Para Europa, que obtiene alrededor del 40% de su gas natural de Rusia, eso significa comprar frenéticamente más gas natural licuado (GNL) de lugares como Estados Unidos o Catar, al tiempo que construye los puertos y terminales que pueden recibir a los barcos transportadores. Siempre que sea posible, también significará extender la vida útil de las plantas de energía nuclear que se eliminarían gradualmente, como Bélgica que lo ha estado considerando, pero Alemania obstinadamente aún no.
Pero incluso mientras manejamos la emergencia aguda, también debemos prepararnos para salir de ella. Sí, podemos hablar ahora de descuentos temporales para gasolina o combustible para calefacción para los pobres. Pero nuestro objetivo debe ser volver lo antes posible a permitir que el carbono se vuelva gradualmente más caro a través del tiempo, por la vía de sistemas de límites máximos y comercio y demás, para que las personas se acostumbren a consumir menos.
Y debemos despedirnos de algunas suposiciones entrañables. Una, especialmente en Alemania, es que el gas natural puede ser un “puente” desde la electricidad a carbón, que es aún más sucia, hasta la energía solar y eólica, más limpia y ecológica. Debido a la geopolítica, ese puente de gas en efecto ha colapsado.
La nueva realidad es que tenemos que recorrer todo el camino hacia la electrificación universal aún más rápido, impulsado por energía 100% renovable con el hidrógeno verde llenando los vacíos. Los países que hasta ahora han incursionado en la construcción de energía fotovoltaica, parques eólicos, redes inteligentes y otras partes del rompecabezas deben redoblar sus esfuerzos como si la vida dependiera de ello. Probablemente así es.
El único atisbo de esperanza es que Putin puede haber simplificado inadvertidamente la política de tal búsqueda global. Convencer a los votantes requiere comunicar la necesidad del sacrificio, desde dormir más frío en los inviernos hasta volar menos y pagar más cuando se viaje en avión. Pero ahora los políticos pueden presentar este caso de dos maneras: según sea necesario para combatir tanto la agresión rusa como el cambio climático. Quienes están al frente de ambas luchas, como Svitlana Krakovska, nos recuerdan que ambas son igualmente urgentes.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.
Este artículo fue traducido por Miriam Salazar