Bloomberg — Rapa Nui, también conocida como Isla de Pascua, es un triángulo de tierra de 24 kilómetros de largo que se encuentra a 3.600 kilómetros al oeste de Chile, lo que la convierte en uno de los lugares habitados más remotos de la Tierra. La isla es famosa por sus 900 monumentales estatuas de piedra, de entre 2 y 20 metros de altura. Estas obras, uno de los hitos culturales más reconocidos y célebres del mundo, están cada vez más amenazadas por el cambio climático, al igual que el modo de vida del pueblo Rapa Nui.
Su historia ha fascinado durante mucho tiempo a los investigadores, tanto a nivel local como internacional. La próspera cultura talladora de estatuas, que a principios del siglo XVII contaba con más de 15.000 habitantes, se redujo en un siglo a una quinta parte. Una opinión largamente arraigada lo atribuyó a la sobreexplotación de los recursos, que condujo al colapso ecológico y social. Investigaciones recientes sugieren que el contacto europeo podría haber desencadenado el declive de Rapa Nui en las décadas posteriores al desembarco de un barco holandés en 1722. Ahora es territorio especial de Chile.
Lo que no está en discusión son los desafíos a los que se enfrenta la isla. El nivel del mar está aumentando, las precipitaciones están disminuyendo y los 7.750 habitantes de la isla, afectados por los efectos del covid-19, están cada vez más preocupados por el cambio climático que está acabando con su legado y con la economía que construyeron para celebrarlo y protegerlo. Se suponía que la isla saldría del aislamiento por la pandemia en febrero, pero ese objetivo se ha retrasado indefinidamente.
Las estatuas, llamadas moái, están sobre plataformas llamadas ahu, donde se colocaban restos humanos. Los monumentos se concentran en las costas de la isla, lo que los hace vulnerables al aumento del nivel del mar, las inundaciones por tormentas e incluso a los tsunamis, que algunos residentes temen más que la erosión y las inundaciones. Las olas están arrancando piedras de los ahu, poniendo en peligro la seguridad de un Patrimonio Mundial que una agencia de la ONU calificó en 1995 de “tradición artística y arquitectónica de gran poder e imaginación”.
Jane Downes, arqueóloga de la University of the Highlands and Islands de Escocia, que ha trabajado en los sitios de Rapa Nui desde 2009, ha visto de primera mano cómo el viento y el mar corroen los moái y los ahu.
“Una vez que empieza, puede aumentar exponencialmente”, afirma Downes.
Puede que los riesgos climáticos extremos no sean nuevos, pero están aumentando. Un tsunami de 1960 derribó el moái del destacado Ahu Tongariki, que fue restaurado en la década de 1990. El derrumbe parcial de Ahu Tahai en mayo de 2021 presagia nuevos problemas, dice Hetereki Huke, un arquitecto que dirige el desarrollo de un plan de acción climático en Rapa Nui.
“Esto está empezando a pasar”, señala Huke. “Va a ser más común que antes, y tal vez ya no va a ser un proceso deteriorante lento, sino que puede ser que con un evento tremendo, nosotros tengamos una pérdida patrimonial irremediable”.
Sin haber contribuido prácticamente al cambio climático, los Rapa Nui son solo uno de los muchos pueblos indígenas del mundo que luchan contra sus amenazas. Científicos locales e internacionales y el Gobierno de Chile han estado trabajando desde 2016 para poner en marcha un plan de acción contra el cambio climático. La primera etapa requiere 200 millones de pesos chilenos (US$246.000), pero el financiamiento se paralizó durante la pandemia.
Una muralla rompeolas financiada hace años con una donación japonesa protege del mar un sitio moái, el Ahu de Runga Va’e.
El nivel del mar en el océano Pacífico, que rodea la Isla de Pascua, está subiendo más o menos el promedio mundial, y se estima que podría aumentar 0,5 metros o más para 2100. Las tormentas son una preocupación creciente, a pesar de que las precipitaciones totales podrían disminuir un 15% en las próximas décadas.
Las precipitaciones anuales han descendido de 1.311 ml en 1991 a 992 ml en 2020, según datos de la estación meteorológica de Rapa Nui. En un estudio climático de la Universidad de Chile realizado en 2019, cerca del 75% de las simulaciones analizadas preveían una disminución promedio de las precipitaciones anuales superior al 10% para finales de siglo.
La falta de lluvias ya ha provocado que la laguna volcánica de Rano Raraku se haya secado en los últimos años. El pueblo Rapa Nui la utiliza tanto para suministro de agua como para conmemorar su legado cultural.
“El pueblo Rapa Nui tienen sistemas de gestión de sus recursos que son muy antiguos y tradicionales”, explica Huke.
El legado de la isla es el motor de su principal actividad económica. Decenas de miles de turistas aportaban unos US$100 millones al año a la isla antes de la pandemia, según un reciente informe de la Cámara de Comercio de Rapa Nui. Este sector empleaba al 30% de la población en 2019, pero más del 90% de los habitantes se beneficiaban de alguna manera del turismo, ya sea a través de alojamientos, tiendas, pesca u otros servicios, lo que lo convierte en la mayor fuente de ingresos de la isla. La pandemia los golpeó con fuerza, ya que en más de la mitad de los hogares un miembro de la familia perdió el trabajo.
“Toda la isla vive del sector turismo”, dice Huke. “Así que la dimensión económica del cambio climático es importante”.