Un ejército ucraniano inmensamente valiente, ayudado por civiles equipados con cócteles Molotov y armas pequeñas, es ampliamente superado por las fuerzas armadas rusas. Los países de la OTAN están tratando de ayudar proporcionando más armas: rifles y ametralladoras de los checos, lanzamisiles de los holandeses, misiles antitanques de los estonios, municiones y más armas antitanques de los Estados Unidos. Incluso Alemania, que se ha alejado de las acciones militares directas desde la Segunda Guerra Mundial, está enviando misiles tierra-aire Stinger y otros cohetes lanzados desde el hombro.
En el mejor de los casos, esto prolongará la carnicería de la invasión rusa. Si bien los ucranianos han luchado con tenacidad, es casi seguro que no pueden ganar un conflicto militar convencional contra Rusia. (Una guerra de guerrillas prolongada es un asunto diferente.) Cuanto más dure la lucha, más personas morirán, incluidos muchos civiles. Buena parte de las grandes ciudades de Ucrania podrían terminar en escombros. Es justo preguntarse, entonces, ¿de qué sirve proveer más armas para una guerra que no se puede ganar, al menos en el corto plazo?
La misma pregunta surgió también durante la última gran guerra en Europa. Durante la Segunda Guerra Mundial, las personas de varios países, algunos mejor organizados que otros, trataron de resistir a sus ocupantes nazis con violencia. Los soldados alemanes y los colaboradores locales fueron asesinados. Las líneas de ferrocarril fueron voladas. Los convoy militares fueron emboscados.
Los hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, de estos “ejércitos en la sombra” asumieron enormes riesgos por todo tipo de razones, siendo el patriotismo una de ellas. Muchos de ellos pagaron el precio final: muerte por tortura o ejecución.
Sus acciones también causaron mucho sufrimiento entre la población civil común, que no participó en la violencia. Los nazis fueron despiadados en sus represalias. Por cada alemán asesinado por un resistente, muchas más personas inocentes fueron asesinadas. No es sorprendente que la resistencia violenta no fuera universalmente popular entre las poblaciones ocupadas. A los ojos de muchas personas, causó más problemas de lo que valía.
Otras formas de resistencia salvaron vidas: ocultar judíos y otras víctimas de la persecución, proporcionar inteligencia a las tropas aliadas, mantener informada a la gente a través de la prensa clandestina y más. En términos militares, sin embargo, los asesinatos y pequeños actos de sabotaje fueron casi inútiles. No acercaron más la victoria aliada. Eso se logró en Europa mediante las batallas masivas libradas en el frente oriental por el vasto Ejército Rojo soviético y por las fuerzas aliadas en el frente occidental.
No obstante, la resistencia es valiosa por diferentes razones. Por un lado, eleva la moral de las poblaciones desmoralizadas. Estar ocupado por un brutal enemigo extranjero es una experiencia profundamente humillante. Incluso con armas superiores, un ocupante no puede controlar a toda una población solo con la fuerza militar, como pronto descubrirán los rusos. El ocupante debe dar la impresión de que su autoridad es absoluta e inexpugnable. Cuando las víctimas de tal régimen comienzan a creer esto, ya no son ciudadanos sino esclavos, al menos en sus mentes.
Por insignificante que sea en términos militares, la resistencia armada socava esa proyección de omnipotencia. Revela la vulnerabilidad del agresor, simplemente mostrando que las personas pueden contraatacar. Esa sensación de vulnerabilidad puede crecer con el tiempo. Una vez que una potencia ocupante ya no cree en su propia invencibilidad, el terreno está preparado para un futuro colapso.
Aún más importante, la resistencia muestra su valor una vez que el enemigo es derrotado. Toda nación que ha sido humillada por la invasión y la ocupación se enfrenta a problemas de legitimidad política cuando se recupera la libertad. Las élites locales que colaboraron con los ocupantes obviamente ya no tienen un reclamo legítimo para gobernar sus países (lo que no siempre les impide intentarlo). Los antiguos resistentes tienen un derecho mucho mayor a gobernar. Pueden levantar una nación degradada de las ruinas y construir un nuevo orden político sobre la base moral de su sacrificio.
Así fue como Charles de Gaulle dirigió el primer gobierno de Francia después de la liberación en 1944. Habiéndose enfrentado a la Alemania nazi desde el comienzo de la guerra, tenía las credenciales adecuadas. De Gaulle convirtió entonces la resistencia en un mito nacional. Para evitar una guerra civil entre antiguos colaboradores y resistentes y restaurar la moral del pueblo francés, fingió que todos los ciudadanos franceses habían luchado valientemente contra el enemigo común alemán. Esto estaba muy lejos de la verdad. Pero era un mito necesario para remendar una nación dividida y profanada.
Ucrania en 2021 no es Francia en 1940. Hasta ahora, el país al oeste de la región ocupada por Rusia parece estar bastante unido. Todavía no han aparecido fisuras venenosas entre colaboradores y resistentes. Si antes no existía la solidaridad nacional, Vladimir Putin la ha fortalecido mucho ahora. La mayoría de los ucranianos sienten que están del mismo lado.
Sin embargo, necesitan armas de Occidente porque una larga y tenaz resistencia seguramente valdrá la pena cuando los rusos finalmente regresen a casa. Entonces, una Ucrania soberana puede ponerse de pie sabiendo que sus ciudadanos hicieron todo lo posible para luchar por su libertad. Apreciarán esa libertad aún más sabiendo cuán merecida es.
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Este artículo fue traducido por Miriam Salazar