Bloomberg — Unas 8 millones de toneladas métricas de desechos plásticos terminan en el océano cada año, el equivalente a un camión de basura cada minuto. Al ritmo actual, los mares pueden tener más plástico que peces para mediados de siglo. Un tratado internacional para abordar este desastre, que los estados en la Asamblea Ambiental de las Naciones Unidas esta semana acordaron elaborar, es bienvenido, pero las empresas y los formuladores de políticas no deberían esperar para comenzar a abordar la crisis.
Tal como están las cosas, el panorama es sombrío. Los consumidores compran un millón de botellas de plástico para beber por minuto y usan billones de bolsas de plástico cada año, sin mencionar una inmensa cantidad de poliéster y otros textiles sintéticos. Menos de una décima parte de todo ese material se recicla. Las empresas y los gobiernos han prometido reducir y reutilizar más, pero incluso si se cumplieran esos objetivos, solo reducirían el plástico que fluye hacia el océano en un 7 % para 2040.
El plástico también está afectando el clima. Al envenenar la vida silvestre crucial, está inhibiendo la capacidad del océano para actuar como un sumidero de carbono natural. La demanda de plástico impulsa un uso significativo de petróleo, gas natural y carbón, y se espera que los productos petroquímicos representen un tercio del crecimiento de la demanda de petróleo entre ahora y 2030. Eso reducirá significativamente el presupuesto mundial de carbono y amenazará los esfuerzos para prevenir que las temperaturas aumenten más de 1,5 grados.
Entonces, ¿qué puede hacerse?
Primero, es importante reconocer que este es un problema global que requiere una solución global. El proceso de la ONU ha tenido un comienzo prometedor: casi 200 países acordaron ayer trabajar para lograr un tratado que eventualmente prohíba la contaminación plástica. EE.UU. debe mostrar liderazgo en este proceso estableciendo metas ambiciosas, alentando a otros estados miembros a cumplir y ofreciendo un generoso apoyo a los países en desarrollo que carecen de suficientes sistemas de gestión de residuos.
Un objetivo razonable para el proceso sería establecer límites de producción global para el plástico no reciclable y eliminar gradualmente el tipo pernicioso de un solo uso en los próximos años. Este no es un desafío pequeño, dada la amplitud del uso de este material y lo crítico que es en los mercados emergentes, donde ayuda a proporcionar agua limpia y protección contra contaminantes.
La clave será combinar dichas restricciones con medidas fiscales (ya sean incentivos o sanciones) para garantizar que el plástico existente se mantenga en uso durante más tiempo, mientras se apoya la investigación de materiales alternativos y sistemas de reciclaje. Los gobiernos deberían apuntar a hacer que los reemplazos inventivos del plástico, hechos con cáscaras de camarones, maíz, algas y otros materiales, sean más competitivos en lo que respecta a costos. También deberían financiar más investigaciones sobre las docenas de tecnologías de mitigación que ahora se están estudiando, desde “interceptores” alimentados por energía solar que recogen la contaminación de los ríos antes de que llegue al océano hasta enzimas especialmente diseñadas que descomponen rápidamente los plásticos en sus compuestos químicos constituyentes.
Mientras tanto, es justo esperar más responsabilidad por parte de los fabricantes, que son muy conscientes de los daños que pueden causar sus productos. Para empezar, se les debería exigir que eliminen gradualmente los aditivos tóxicos y aumenten los niveles de contenido reciclado que utilizan. Se les debe alentar a simplificar los empaques complejos de varias capas, que dificultan los esfuerzos de reciclaje incluso en mercados desarrollados como los EE.UU. También deberían trabajar con los gobiernos del mundo para canalizar la ayuda financiera y técnica a las naciones más pobres para mejorar la recogida de residuos y la gestión de los vertederos.
La buena noticia es que las empresas orientadas al consumidor ya se están moviendo en la dirección correcta, brindando una mayor transparencia en el consumo de plástico. Los inversores, alertas de los riesgos que conllevan los productos contaminantes, deberían exigir divulgaciones uniformes sobre el contenido de plástico, tal como lo han hecho con el carbono. La transparencia, especialmente cuando se trata de compradores comunes, a menudo puede alentar un cambio rápido. Empresas como Bacardí Ltd., que está experimentando con un nuevo tipo de botella de plástico que puede descomponerse en cuestión de meses, en las condiciones adecuadas, merecen crédito por aportar innovación al problema.
La emergencia plástica se ha ido acumulando durante años. Desafortunadamente, el mundo no tiene el lujo del tiempo para tratar de resolverlo. Cuanto antes comiencen estos esfuerzos, mejor.
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Editores: Clara Ferreira Marques, Timothy Lavin.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.
Este artículo fue traducido por Miriam Salazar