Bloomberg Opinión — Las criptomonedas parecen estar en todas partes en 2022. La capitalización total del mercado de todas las criptodivisas sigue superando los US$2 billones a pesar de pérdidas recientes. En 2021, la gente gastó más de US$44.000 millones en tokens no fungibles (NFT por sus siglas en inglés), o derechos de propiedad virtuales sobre objetos digitales, una cantidad que se acercó al tamaño total de las ventas mundiales de arte y antigüedades en 2020. La noción de “Web 3.0″ se ha unido firmemente a las criptos en el último año.
Y sin embargo, 13 años después de que se acuñara el primer bitcoin (XBT), no puedo evitar pensar que no cambiaría mucho para la gran mayoría de nosotros si nos despertáramos una mañana y nos encontráramos con que todo el fenómeno de las criptomonedas ha desaparecido para siempre.
Imaginemos que la web, que en ese momento todavía era la Web 1.0, cuando Facebook (FB) aún se llamaba The Facebook, desapareciera en 2004, 13 años después de que Tim Berners-Lee diera a conocer al gran público su navegador World Wide Web. Incluso entonces, antes de YouTube (GOOGL, 2005) y del streaming de Netflix (NFLX, 2007), que no hubiera más Internet habría sido un gran impacto, una enorme pérdida: ¿No más Google? ¿No hay Wikipedia? ¿Sin Skype (MSFT)?
¿Pero no más cripto en 2022? Bueno, a menos que seas uno de los millennials millonarios con más del 50% de sus activos en criptodivisas.
Se podrían elegir las estadísticas de adopción para mostrar que el cripto está en la misma fase que la Web 1.0 en 2004. Hay unos 71 millones de direcciones de ethereum (XET) y unos 40 millones de direcciones de bitcoin con saldos distintos a cero. Estas cifras son del mismo orden que las comunicadas por la empresa de subastas por Internet eBay Inc. (EBAY) en 2004: 56 millones de usuarios activos que habían comprado o vendido algo ese año y 20 millones de cuentas activas en su segmento de pagos, atendido por PayPal (PYPL), entonces parte de eBay Inc (EBAY)., Coinbase Global Inc. (COIN), la mayor plataforma de criptomonedas de los Estados Unidos, tiene unos 2,8 millones de usuarios activos mensuales; en 2004, E*Trade Financial Corp. (ETRA.F), uno de los primeros corredores de bolsa en Internet, declaró 3 millones de cuentas de corretaje activas, y TD AmeriTrade Holding Corp., otra empresa en ese espacio, presumía de 2,6 millones. La capitalización de mercado del índice NASDAQ 100, el espejo de la incipiente industria de Internet, alcanzó los US$2,5 billones a finales de 2004, de nuevo, el mismo orden de magnitud que el de las criptomonedas en la actualidad.
Pero incluso las estimaciones más generosas del número de usuarios de criptomonedas (unos 200 millones en la actualidad) están muy lejos de los más de 1.000 millones de usuarios de Internet en diciembre de 2004. La gente compraba cosas en la Web 1.0, libros, billetes de avión, pizzas y después de 13 años, no son muchos los que utilizan la Web 3.0 para comprar cosas. BitPay, uno de los mayores procesadores de pagos con criptomonedas, gestiona unas 66.000 transacciones al mes, frente a los 17.000 millones de Visa (V) aproximadamente.
Esto, por supuesto, es una consecuencia de la incapacidad del mundo de las criptomonedas para reducir los costos de las transacciones: una media del 1,4% tanto para bitcoin como para ethereum. Eso es más que el costo medio actual de una transferencia de dinero internacional a Azerbaiyán o Georgia, según el Banco Mundial. La empresa de transferencias Wise Plc (WISE.L), que no utiliza criptomonedas, mueve el dinero por tan sólo un 0,35%, dependiendo de la moneda. El cambio a las criptomonedas desde el sistema bancario tradicional no tiene muchas ventajas, a menos que se busque, probablemente en vano, en caso de que las autoridades se interesen, más anonimato a costa de más riesgo (el mundo de las criptomonedas es famoso por su impotencia ante el fraude).
Sin embargo, el índice de adopción de la Web 3.0 es más bajo que el de la Web 1.0 después de 13 años. La promesa tecnológica de las criptomonedas, a pesar de lo que dicen sus promotores, es mucho más limitada que la de la primera Web. Por cada aplicación de la blockchain en la vida real, se podrían nombrar varias de las que abrió la Web 1.0, muchas de ellas en áreas que tienen impacto en la vida cotidiana de casi todo el mundo. Ya en 2004, Internet era la principal fuente de noticias electorales para el 18% de los estadounidenses; es difícil encontrar un ejemplo comparable que implique a las criptomonedas hoy en día.
Esa es una de las razones por las que el progreso de Internet en la era de la Web 2.0 no puede proyectarse en el cripto. Muchas menos áreas de los negocios y de la vida en general requieren el blockchain que las aplicaciones de la Web 1.0 y la Web 2.0, e incluso esas áreas lo adoptarán sólo si el blockchain puede hacer un mejor trabajo que la tecnología existente de la Web 1.0 y la Web 2.0. Esto está lejos de ser un hecho en este momento, al menos mientras la energía gastada en una transacción de ethereum sea suficiente para alimentar más de 100.000 transacciones de Visa.
Las actuales tasas de adopción de las criptomonedas, comparables en algunos casos a la adopción de las tecnologías de pago y comercio por Internet en 2004, siguen estando impulsadas por la especulación que tiene lugar en una especie de jardín amurallado. A pesar de la gran curiosidad del mundo financiero tradicional por los nuevos, y a menudo lucrativos, criptoactivos, sólo ha hecho sus pininos en ellos. Una inversión de US$6,5 millones de BlackRock Inc. (BLK) en futuros de bitcoin se ha promocionado como un gran avance; eso es menos de lo que BlackRock tenía en acciones de la empresa de ciberseguridad McAfee Inc. (MCFE) en el tercer trimestre de 2004. Según CoinGecko, la mayor participación en bitcoin por parte de una empresa pública, MicroStrategy Inc. (MSTR), tenía un valor de US$5.100 millones, seguida por los US$2.000 millones de Tesla (TSLA) y los US$1.300 millones de Galaxy Digital Holdings (GLXY); el resto de las participaciones en bitcoin y ethereum eran mucho menores. En cambio, las empresas de Internet de 2004, supervivientes de la quiebra de las “puntocom”, como Amazon.com Inc. (AMZN) o eBay, eran inversiones legítimas aunque arriesgadas; los bonos de Amazon tenían una calificación inferior al grado de inversión en 2004. Y si uno recuerda el propio boom de las “puntocom”, el frenesí de los mercados regulados apenas tiene parangón con el cauto interés actual por las criptomonedas.
Se podría culpar del estatus amurallado de las criptomonedas (y, por tanto, de su falta de riesgo sistémico para el sistema financiero mundial) a la cautela de los reguladores y al espíritu bucanero y la retórica antigubernamental del mundo de las criptomonedas. Pero los pioneros de la Web 1.0 encarnaban el mismo espíritu anárquico; ellos también querían romper cosas. Tal vez los descalabros de principios del siglo XXI hayan enseñado a los inversores a no comprar demasiado de lo nuevo.
El verdadero avance de las criptomonedas sólo llegará cuando el mundo sea inimaginable sin ellas, como lo era sin Internet en 2004. Incluso 13 años después de que todo empezara, esa sensación de revolución tecnológica irreversible (que merecería la etiqueta de Web 3.0) sigue requiriendo algunos saltos tecnológicos, incluso en áreas en las que el blockchain tiene sus usos obvios, como los pagos o la creación de contratos. Pero el punto de inflexión no vendrá en forma de evidencia estadística abrumadora, o como un evento único, como la conversión de un importante inversor tradicional al credo de las criptomonedas o la adopción de una moneda basada en blockchain por parte de una nación importante. Será un sentimiento, una sensación de que la Web 3.0 ha cambiado tanto el mundo que perderla dejaría una cicatriz. Esa sensación es el mayor premio cuando se trata de revoluciones tecnológicas.
Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.
Este artículo fue traducido por Andrea González