Bloomberg Línea Ideas — La noticia dio la vuelta al mundo: el lunes 10 de enero, David Bennett (un neoyorquino con una enfermedad terminal) se convirtió en el primer hombre en la historia de la medicina en recibir el corazón de un cerdo genéticamente modificado. En el Centro Médico de la Universidad de Maryland, Bennett se animó a probar su última opción de vida y un equipo de cirujanos decidió echar mano a la opción (también de vida) de realizar un procedimiento innovador por ‘razones compasivas’, una de las oportunidades que da la FDA para este tipo de pruebas en personas con vida.
Se trata del primer caso de un xenotrasplante de corazón, es decir, el trasplante de ese órgano entre dos diferentes especies.
Esta historia, la posibilidad con la que se cruzó Bennett, tiene un protagonista mexicano.
Se trata de Alfonso Romo, el hasta hace unos meses secretario de la Presidencia de México, que entre sus múltiples negocios fuera del país cuenta con una firma que fundó en 2005 en La Jolla (California) llamada Synthetic Genomics. Para ello, contrató ni más ni menos que a Craig Venter –el científico que logró decodificar la secuencia del genoma humano– para que con US$15 millones montara un laboratorio enfocado en proyectos genómicos.
Romo siempre coqueteó con la tecnología futurista y los avances genéticos desde que tenía Seminis, la mayor empresa de germoplasma del planeta que vendió primero a Paine y luego na Monsanto. Un dato curioso: a Romo se le considera el “padre” de la baby carrot, las pequeñas zanahorias que hacen la delicia de tantos aficionados a las ensaladas, desarrollada por Seminis.
Hace siete años, Synthetic Genomics comenzó a trabajar en un proyecto tan único como disruptivo: hacer una serie de cambios genéticos en cerdos para que sus órganos fueran más adecuados para ser trasplantados a humanos sin rechazo.
Para esta iniciativa, Romo y Venter se asociaron con otra empresa de biotecnología, United Therapeutics de Silver Spring, en Maryland (UTHR). Sus acciones hasta el martes 11 trepaban como una buena señal del mercado que la medicina es el nuevo foco de inversiones en este mundo pandémico.
Recuerdo haber entrevistado a Alfonso Romo en su condominio en las llamadas ‘Torres de Coca-Cola”, en el barrio de Polanco de Ciudad de México, hace 11 años cuando me contaba que esta empresa la lideraba una persona que él admiraba mucho y que estaba orgulloso de trabajar para sus proyectos de salud: Martine Rothblatt. Era una emprendedora de las telecomunicaciones, abogada especializada en legislación espacial, doctora en Ética de la Medicina, filósofa existencialista, escritora, promotora de la Inteligencia Artificial y multimillonaria y una de las primeras empresarias transexuales de Estados Unidos. Su impronta estuvo en íconos como GeoStar y PaAmSat, y en el desarrollo de la primera radio satelital con WorldSpace y Sirius.
Pero Rothblatt salió del mundo corporativo en ese rubro para invertir toneladas de dinero en investigación genética al enterarse hace 15 años que una de sus hijas, Jenesis, fue diagnosticada con hipertensión pulmonar y que su única salvación era un transplante.
Ante la baja posibilidad de conseguirlo tanto para su hija como para miles de pacientes en el mundo, ella se enfocó de lleno a buscar otras alternativas como la preparación de órganos en animales para lograr trasplantes y, de acuerdo con muchos estudios y desarrollos clínicos, los más cercano en tamaño y compatibilidad eran los de los cerdos.
En los últimos siete años el laboratorio de Romo (que cuenta en su board con otro mexicano de talla mundial como es el científico y divulgador Juan Enriquez) logró cambios agregando genes humanos a los cerdos que producen una proteína llamada CD46, que modera la acción del sistema inmunológico para hacer menos probable que el órgano sea rechazado por el receptor.
En octubre del año pasado, la sociedad de Romo y Rothblatt permitió el primer xenotransplante a un paciente con problemas renales, que no logró sobrevivir.
Pero en el caso de David Bennett los vaticinios son mejores.
Alfonso Romo dejó su oficina en Palacio Nacional y su trabajo de conectar a los empresarios con la Presidencia de Andrés Manuel López Obrador, pero nunca dejó su interés (personal y financiero) en el mundo de la ciencia.
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