Bloomberg — La inflación es demasiado alta para considerarla transitoria. Los precios en los Estados Unidos aumentaron en 2021 un 7%, el mayor incremento en casi 40 años. Recuerde: el objetivo de inflación de la Reserva Federal es del 2%, un hecho que recibe menos atención que antes, cuando los de tendencia restrictiva y expansiva medían las desviaciones en décimas de punto porcentual. Es una extralimitación y es probable que parte de ella se vuelva persistente sin una acción correctiva.
La buena noticia es que ya no se puede acusar a la Fed de minimizar los riesgos. En los últimos dos meses, su postura política ha pasado rápidamente de la paciencia a la preocupación, con un toque de alarma. El presidente del banco central, Jerome Powell, dijo a los legisladores esta semana que consideraba que la inflación era una “amenaza grave”. Hasta ahora, para su crédito, la autoridad monetaria ha logrado hacer este cambio abrupto en los mensajes sin agitar a los mercados financieros. Los inversionistas esperan que la Fed retire rápidamente su programa de compra de bonos y han previsto de forma calmada cuatro aumentos de tasas de interés este año, a partir de marzo.
¿Será suficiente esa programación acelerada? Parece adecuada, pero con la pandemia lejos de estar contenida y las nuevas incertidumbres que rodean a la variante ómicron, es imposible estar seguros. La Fed debe mantener la mente abierta y estar lista para endurecer o relajar la política monetaria a medida que evolucionen las condiciones.
Las razones del aumento de los precios son bastante claras. Las perturbaciones sin precedentes en la cadena de suministro han reducido la producción, mientras que los estímulos fiscales y monetarios, también sin precedentes, elevaron la demanda al máximo. De cara al futuro, es probable que la política fiscal sea mucho menos agresiva (suponiendo que el estancado plan “Build Back Better” del presidente Joe Biden finalmente se apruebe, probablemente implicaría solo un modesto estímulo adicional). Y la política monetaria acomodaticia se está retirando lentamente. Incluso teniendo en cuenta que un repunte de inflación tiene el efecto de flexibilizar la política monetaria (al reducir la tasa de interés real), la Fed ya no está estimulando deliberadamente la demanda.
Sin embargo, aunque el lado de la demanda está bajo mayor control, el lado de la oferta sigue siendo una caja negra. La variante ómicron es tan transmisible que ya está causando nuevas interrupciones graves y arruinando los planes para volver a la normalidad. Por otro lado, después de dos años de Covid-19, los responsables de la política parecen estar reconsiderando el equilibrio entre la cautela en el control de la enfermedad y la perturbación económica provocada por los estrictos confinamientos. A estas incertidumbres se suman preguntas inminentes sobre el mediano plazo y más allá. ¿Qué tipo de cambios permanentes, si los hubiera, provocará la pandemia en la forma en que se organiza el trabajo? ¿Y cuántas salidas de la fuerza laboral relacionadas con la pandemia se revertirán una vez que los ahorros, actualmente impulsados por los altos precios de los activos, comiencen a agotarse?
En este momento, el mercado laboral es inequívocamente ajustado. La tasa de desempleo se sitúa en 3,9% y, lo que es más pertinente, hay señales claras de que los salarios están aumentando tanto en respuesta a la escasez de trabajadores como para compensar el aumento de los precios. Esta espiral incipiente de salarios y precios, si continúa, amenaza con afianzar una parte del aumento inflacionario actual y hacerlo persistente. En los próximos meses, este será el indicador clave para juzgar si la acción correctiva de la Fed es suficiente.
En medio de toda la incertidumbre, lo crucial es que ya no se considera que el banco central se encierra en una política fija. Una vez más, Powell dio en el clavo en esto cuando dijo el martes que el banco central tendría que ser “humilde y ágil”. Exactamente.
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Este artículo fue traducido por Estefanía Salinas Concha