Bloomberg — Si bien Xi Jinping parece estar dispuesto a gobernar indefinidamente como el líder más poderoso de China desde Mao Zedong, eso no significa que siempre consiga lo que quiere.
Recientes medidas políticas muestran la dificultad que tiene para gestionar una burocracia en expansión en la segunda mayor economía del mundo: los funcionarios o bien llevan las órdenes demasiado lejos, como en el caso de los supervisores de las minas de carbón y de las centrales eléctricas que agravaron una crisis energética nacional, o bien están tan paralizados por el miedo que no toman decisiones autónomas, ni siquiera durante las grandes crisis, como las inundaciones sin precedentes o una pandemia emergente.
En muchos sentidos, Xi tiene la culpa. Los gobiernos locales de China han hecho durante mucho tiempo la vista gorda a algunos dictados de Pekín, una dinámica recogida en un dicho de “El arte de la guerra” de Sun Tzu: “Un general en el campo de batalla no está obligado por las órdenes de su soberano”. La centralización del poder por parte de Xi, junto con una campaña anticorrupción que ha atrapado a más de cuatro millones de funcionarios, ha elevado las apuestas y ha desviado los incentivos para los funcionarios sobre el terreno.
El resultado son legiones de burócratas que se esfuerzan por comprender cómo pueden complacer a los jefes de Pekín y conseguir ascensos en las filas del opaco Partido Comunista. Si bien esto puede dar a Xi un mayor control que los anteriores líderes chinos y ayudar a frenar la corrupción excesiva, también corre el riesgo de perjudicar el dinamismo económico en un momento en que el crecimiento se está desacelerando y el país se enfrenta a los desafíos de una fuerza de trabajo que envejece, una deuda interna creciente y socios comerciales cada vez más enconados.
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“La gran ironía es que en la década de 2020 y más allá, cuando China necesita adoptar un nuevo modelo de desarrollo, normalmente habría un fuerte argumento para una mayor descentralización y experimentación”, dijo George Magnus, investigador asociado del Centro de China de la Universidad de Oxford. “Pero el modelo de Xi exige precisamente una estructura opuesta inflexible y defectuosa. Puede que tarde o temprano se arrepienta de este modelo de gobierno”.
La amplia ofensiva regulatoria de los últimos meses sobre sectores que van desde la tecnología hasta el entretenimiento han humillado a los ricos de China, han eliminado más de US$1 billón de los mercados bursátiles y de los futuros de las materias primas, y han demostrado a los inversores que Xi está dispuesto y es capaz de imponer reformas dolorosas. Su control sobre el Partido Comunista nunca ha parecido más fuerte, ya que se prepara para consolidar su control esta semana en el sexto pleno con la primera “resolución histórica” en 40 años.
Sin embargo, tener un inmenso poder y utilizarlo eficazmente son dos cosas distintas. Es especialmente difícil en un sistema opaco con intereses contrapuestos en más de 30 administraciones provinciales, otras 3.000 regiones administrativas a nivel de prefectura y condado, y al menos 40.000 divisiones administrativas a nivel de municipio.
Un ejemplo de ello son los mensajes contradictorios enviados a los operadores de minas de carbón estatales a principios de octubre.
China se enfrentó a una escasez de energía que estaba causando el cierre fábricas mientras los funcionarios se apresuraban a cumplir los duros objetivos de reducción de las emisiones de combustibles fósiles. La Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma de Pekín, que fija los objetivos, envió un mensaje “extremadamente urgente” en el que exigía más producción, al tiempo que subrayaba la necesidad de cumplir los objetivos de Xi en materia de emisiones de carbono y las garantías de seguridad en las minas, los mismos aspectos que contribuyeron al déficit en primer lugar.
Las órdenes contradictorias ponen a los empleados de las minas de carbón en una situación difícil, según ejecutivos de empresas energéticas, funcionarios industriales y asesores que pidieron no ser nombrados debido a lo delicado de la situación. Decidieran lo que decidieran, se arriesgaban a fracasar en uno de los objetivos de Xi, y a pagar el precio por ello.
Al final, los gobiernos locales y los operadores mineros dieron prioridad al suministro de energía para garantizar que millones de ciudadanos pudieran mantenerse calientes durante el invierno, ya que eso tendría el impacto más inmediato en la percepción pública del Partido Comunista. Y aunque todo el mundo sabía que la crisis se veía agravada por la rigidez de los objetivos de emisiones y de reforma industrial fijados por los altos dirigentes, sigue siendo imposible que los funcionarios cambien de rumbo. Eso sería admitir que la política era errónea, dijo una persona, y “sabemos que el gobierno central nunca se equivoca”.
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“Bajo el liderazgo personalista de Xi Jinping, todos los funcionarios se esfuerzan por demostrar lo leales que son al líder”, dijo Susan Shirk, exsubsecretaria de Estado estadounidense y autora de China: Fragile Superpower (China: Un Superpoder frágil en español). “Cualquier indicio de deslealtad podría condenar su carrera”.
Los funcionarios locales son muy estratégicos a la hora de priorizar objetivos con metas duras como las emisiones que les permitan reclamar el crédito, según Leng Ning, profesor adjunto de la Universidad de Georgetown que estudia la economía política y la gestión de cuadros en China. La raíz del problema radica en el control descendente del personal, añadió.
“A veces los más competentes parecen menos leales, porque eso significa que tienes capacidad para criticar la política o proponer alternativas”, añadió.
‘Lidiar con la papa caliente’
Xi ha tratado de tener ambas cosas, imponiendo estrictas pruebas de lealtad al tiempo que expresa su frustración con los funcionarios que juegan a lo seguro. En 2019, dijo a los funcionarios que la campaña anticorrupción no era “una excusa para no hacer nada”, instando a los cuadros a “lidiar con la papa caliente y cargar con las tareas más pesadas”. En septiembre, pidió a los cuadros que actuaran con más audacia, diciendo que los “señores buenos” no tienen cabida en el partido.
Sin embargo, el sistema verticalista de China, que tolera poco la disidencia, incentiva a los funcionarios a encubrir los problemas y a silenciar a los denunciantes, sobre todo en situaciones de emergencia. Cuando el Covid-19 comenzó a propagarse en la ciudad de Wuhan, en el centro de China, la policía local silenció a ocho médicos que trataron de advertir al público sobre la enfermedad. El alcalde de la ciudad dijo más tarde que tenía que esperar una “autorización” antes de hacer pública la información sobre el brote.
Las autoridades actuaron con la misma lentitud durante las inundaciones de julio, en las que murieron 14 personas en la provincia central de Henan, cuando los vídeos de personas atrapadas en los vagones del metro provocaron indignación. El primer ministro Li Keqiang visitó el lugar de los hechos y se comprometió a exigir responsabilidades a los burócratas.
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Pero un problema mayor ahora es la extralimitación en las prioridades políticas establecidas por Pekín. En un editorial de julio, la agencia oficial de noticias china Xinhua dijo que algunos funcionarios locales estaban tomando “medidas excesivas” en su empeño por alcanzar los objetivos climáticos de Xi. Varios meses después, Li indicó que el gobierno se replantearía el ritmo de la transición energética de China, criticando el enfoque de “talla única” en el cierre de proyectos de alto consumo energético o la reducción de emisiones de carbono “como si se hiciera durante una campaña”.
Xi ha mostrado cierta conciencia de los problemas a los que se enfrentan los burócratas. En julio de 2019, los máximos dirigentes del partido acordaron que debían “alentar y apoyar los esfuerzos de las bases para explorar reformas más originales y diferenciadas” y “tolerar errores cometidos al tratar de innovar”. Aun así, poco ha cambiado desde entonces.
‘Mantener la cabeza baja’
Además de lidiar con las señales confusas de Pekín y las duras consecuencias de la desobediencia, los funcionarios locales también se enfrentan a una ciudadanía más consciente de sus derechos y deseosa de hacer oír sus demandas, según Anna Lisa Ahlers, investigadora del Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia de Berlín.
“La innovación espontánea sobre el terreno se ha vuelto casi imposible”, dijo Ahlers, que escribió un libro sobre la aplicación de políticas locales en China.
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Aunque Xi esté frustrado con los funcionarios locales, también los necesita para aplicar con éxito sus políticas, dijo June Teufel Dreyer, profesora del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Miami. Mientras tanto, los funcionarios que hacen todo lo posible por alcanzar objetivos como los de crecimiento económico saben que podrían sufrir las consecuencias si esas medidas resultan contraproducentes.
La “mejor de las malas soluciones” para los burócratas chinos que equilibran demandas contrapuestas, dijo Dreyer, equivale a esto: “Agachar la cabeza, cumplir mínimamente y esperar que no pongan la atención sobre uno”.