Bloomberg Opinión — Las Torres Gemelas albergaron miles de vidas que tuvieron un final inefable hace 20 años. Yo observé esos edificios mientras se iban levantando en el paisaje de Nueva York. A medida que pasaba el tiempo y echaban raíces, mi visión de ellos pasó de la inquietud a la admiración.
Es difícil de recordar, pero pocos distritos urbanos en la historia moderna han sido más discutidos que el Bajo Manhattan. Y desde 1973, cuando se completó, el World Trade Center ocupó un lugar destacado en la discusión. Radio Row, un barrio próspero de tiendas de electrónica familiares, dejó paso a las Torres Gemelas, que fueron inmediata y ampliamente rechazadas por razones tanto estéticas como políticas.
Seguí la construcción de las torres, observando cómo los camiones pesados transportaban el acero o arrastraban la tierra entre el ruido de los martillos neumáticos y el ruido metálico. Mientras se alzaban para convertirse en los edificios más altos del mundo, parecían expresar las prioridades equivocadas de una época problemática. Intenté transmitir ese contraste fotografiando las torres con personas sin hogar en primer plano, o bajo la dura luz del sol que convertía los edificios en relucientes navajas. No se me ocurrió pensar que yo podría vivir más que ellos.
Con el tiempo, mi resentimiento se desvaneció y llegué a verlos como grandes creaciones humanas: formas sencillas que podían convertirse en focos verticales de ámbar en las tardes de invierno, o reflejar las nubes del verano.
En los años 80 y 90, después de dominar el Bajo Manhattan durante dos décadas, a las Torres Gemelas se les unió Battery Park City, erigida sobre un relleno sanitario extraído del sitio donde se levantó el World Trade Center. Poco a poco, todo el extremo sur de la isla se cubrió de enormes y brillantes edificios. Yo ya no visitaba el lugar, salvo para llevar a mis hijos a la plataforma de observación de la Torre Sur para maravillarse con la vista.
Las Torres Gemelas se convirtieron en un punto de referencia que ayudaba a la gente a orientarse en la ciudad. Al pasar por delante, el espacio entre ellas parecía estrecharse y luego ampliarse. Mis fotografías panorámicas de Nueva York casi no podían evitar incluirlas. Aparecían en las imágenes de los proyectos de viviendas públicas, en las estaciones de metro elevadas, incluso en los ferrys.
En cuanto a su diseño, poco llamativo, quizá incluso aburrido, las torres seguían impresionando. ¿Fue por su tamaño? ¿El hecho de ser gemelas?
Muchos jóvenes nunca conocieron las torres; otros piensan irónicamente que estos rascacielos, antaño punteros, son el “viejo Nueva York”. En mi memoria, siguen elevándose.
Esta columna no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.
Camilo José Vergara, escritor, fotógrafo y documentalista afincado en Nueva York, fue nombrado becario MacArthur en 2002 y recibió la Medalla Nacional de Humanidades en 2012. Sus fotografías del World Trade Center están expuestas en el National Building Museum de Washington. Se puede contactar con él en camilojosev@gmail.com.