Deshielo de los polos puede provocar “aparición de enfermedades”, alerta WWF

Desde principios de la década de 1900, glaciares de todo el mundo se han derretido rápidamente y las consecuencias pueden ser devastadoras.

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Bogotá — La inminente pérdida de hielo en los polos podría contribuir a la aparición de enfermedades, ya que si el permafrost se sigue derritiendo virus y bacterias que han permanecido latentes podrían descongelarse, advirtió la directora de Relaciones de Gobierno y Asuntos Internacionales de WWF Colombia, Ximena Barrera.

Este riesgo se suma a fenómenos como la caída de nieve en el sur de Brasil, las olas de calor en Canadá, las intensas lluvias en Europa o los incendios forestales que se desataron en Turquía que tienen desconcertados a los científicos.

Existe un 40 % de probabilidad de que la temperatura media anual de la Tierra llegue a calentarse 1,5°C en los próximos cinco años, por encima de los niveles preindustriales, según advirtió la ONU.

Mientras los fenómenos climáticos extremos se vuelven cada vez más desconcertantes, la comunidad de científicos y ambientalistas apuntan a las posibles causas de este fenómeno. Para entender lo que está pasando, Bloomberg Línea entrevistó a Ximena Barrera. Estas son sus impresiones.

Bloomberg Línea: El mundo afronta una crisis climática sin precedentes que se manifiesta en Brasil con las heladas, las intensas lluvias en Europa y los incendios forestales en Turquía. ¿Qué está pasando y cuáles pueden ser las consecuencias de estos fenómenos?

Ximena Barrera: Venimos sintiendo los efectos del cambio climático desde hace años, solo que ahora se están acentuando en magnitud, frecuencia e intensidad. De acuerdo con el último informe del IPCC Climate Change 2021: The Physical Science Basis, cada 0,5ºC adicional de calentamiento global provoca aumentos claramente perceptibles en la intensidad y frecuencia de los extremos cálidos.

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Cada una de las últimas cuatro décadas ha sido sucesivamente más cálida que cualquier década que la precedió desde 1850 (IPCC, 2021). Y las proyecciones que hay sobre los efectos en las personas son alarmantes. Si no limitamos el aumento de la temperatura media global a 1,5 °C para finales de siglo, como indica la ciencia, lo que viene para la naturaleza y las personas no es nada bueno.

Si la temperatura aumenta 1,5°C para finales de siglo, el 9 % de la población mundial (700 millones de personas) estará expuesta a olas de calor extremas al menos cada 20 años; un escenario de por sí dramático. Pero si ese aumento llega a los 2°C, 28 % de la población mundial (2.000 millones de personas) estará expuesta a olas de calor extremas con la misma frecuencia.

¿Y las especies? Con un aumento de 1,5°C, el 6 % de los insectos, 8 % de las plantas, y 4 % de los vertebrados se verán afectados; con uno de 2°C, la afectación será del doble.

¿Los países industrializados están haciendo lo suficiente para controlar la crisis climática actual?, ¿a este ritmo se cumplirán los objetivos de 2030?

Todavía estamos lejos de enfrentar el desafío climático. De acuerdo con estimaciones del Climate Action Tracker (2021), a partir de las políticas actuales, el aumento de la temperatura global para finales de siglo será de 2,9˚C, es decir, casi el doble de lo que debería ser. Y ante esto, las economías más grandes son las llamadas a liderar el aumento de la ambición climática, esa que busca reducir la generación de emisiones de gases de efecto invernadero.

Los hallazgos del Informe de síntesis de las NDC (2021) realizado por la CMNUCC muestran que, si bien los países han aumentado su ambición, esta, en general, está muy por debajo de lo que la ciencia dice que debemos hacer, y mantendrá al mundo en una trayectoria de calentamiento global superior a los 1,5 ° C.

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Aunque la narrativa de la ambición climática ha hecho eco, hay algunos países que aún no han renovado sus compromisos y otros que siguen siendo insuficientes. Noruega, Reino Unido y en general la UE han aumentado su ambición, pero podrían hacer más, mientras que los planes nacionales de acción climática (NDC) presentados por Japón, Corea del Sur, Rusia, Nueva Zelanda, Suiza, Australia, México y Brasil no muestran una mayor ambición. Incluso, debido a problemas metodológicos, los planes de Brasil y México podrían generar emisiones adicionales.

Sin embargo, en estos meses previos a la COP26, que se llevará a cabo en noviembre, se espera que los mayores emisores presenten sus propios objetivos ambiciosos de reducción de emisiones para 2030, incluidos China, Corea del Sur, Indonesia, India, Australia, Rusia y Arabia Saudita.

Acá es importante aclarar algo. La crisis climática no la resolverán los gobiernos nacionales por sí solos. Por el contrario, los gobiernos estatales, regionales y locales, las empresas, los inversionistas, la sociedad civil, los sindicatos, las instituciones religiosas y académicas, mejor conocidos como actores subnacionales y no estatales, son fundamentales para cumplir los objetivos.

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El único escape posible a la crisis climática aún está en nuestras manos y lo mejor es que está guiado por la ciencia. Es decir, la verdadera oportunidad científica es mantener los pies en la tierra y transitar con urgencia y de manera exponencial por la senda del desarrollo resiliente y bajo en carbono, necesaria para limitar el calentamiento global a 1,5° C, tal como nos muestra el informe recientemente publicado por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés).

¿Cuál es el impacto económico que está generando la crisis climática en el planeta y por qué los peores rezagos siempre restan a las comunidades más desfavorecidas?

A medida que el impacto climático se materializa, trae consigo impactos económicos, y con el incremento en la magnitud y frecuencia del cambio y la variabilidad climática, si no se toman acciones de conocimiento, planificación y manejo, es de esperarse que la magnitud de los impactos económicos (y no económicos) de este fenómeno sea aún mayor. La humanidad depende totalmente del mundo natural y de la variedad de servicios directos e indirectos que esta nos proporciona.

Se estima que la pérdida de valor económico global podría ser hasta un 10 % mayor si el cambio climático se mantiene en la trayectoria actual, teniendo un mayor impacto negativo en los países en desarrollo con ingresos per cápita más bajos. Y, de acuerdo con el informe de Riesgos Globales 2021 del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), entre los riesgos económicos más probables dentro de los próximos diez años están los fenómenos meteorológicos extremos y el fracaso en la acción por el clima.

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¿Cuál podría ser el impacto para Latinoamérica de estos estragos cuando más líderes apuntan al fracking y los cultivos a gran escala en territorios protegidos de la Amazonía?

La actual coyuntura de crisis de salud ha dejado en evidencia la vulnerabilidad de América Latina y el Caribe frente a grandes choques. La pandemia resultó en la peor contracción económica en más de un siglo, y debido a la pérdida del empleo y la reducción de los ingresos laborales, amplios grupos de la población, especialmente los más vulnerables, se vieron muy afectados.

El cambio climático afecta social y económicamente a la región. Ya es hora de dejar de verlo como un asunto netamente ambiental. De acuerdo con Swiss Re Institute (2021), un aumento de 2,5 °C de la temperatura media global podría significar pérdidas de hasta el 13 % del PIB regional, mientras que la OIT (2020) estima que, en la región, se podrían perder 2,5 millones de puestos de trabajo en solo a raíz del estrés térmico por calor hacia 2030, afectando particularmente a las personas que trabajan al aire libre en agricultura, construcción y ventas ambulantes.

En ese sentido, resulta fundamental que las autoridades regionales evalúen los impactos de seguir alimentando la dependencia a los combustibles fósiles cuando impulsan técnicas de explotación como el fracking. En un mundo que busca reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a contrarreloj, esto no tiene sentido.

De otro lado, el desarrollo de cultivos a gran escala en territorios protegidos, no solo contribuye a la pérdida de naturaleza y al cambio climático, sino que implica un riesgo enorme para la salud humana -como nos lo demostró esta pandemia-, así como conflictos territoriales con incalculables efectos en términos ambientales y sociales.

¿Cuál es su visión con respecto a la velocidad con la que el mundo está avanzando hacia formas de energía más limpias?, ¿por qué está costando tanto dar este paso en algunos mercados de Latinoamérica?

En términos generales, la transición hacia energías limpias ha sido significativa pero desigual entre los diferentes países. En 2020, por ejemplo, Europa, Estados Unidos y China representaron la mayor parte de la nueva capacidad renovable, mientras que África representó solo el 1 % del total mundial de nueva capacidad renovable (IRENA, 2021). En ese sentido, a pesar de que las economías en desarrollo representan dos tercios de la población mundial, solo cuentan con una quinta parte de la inversión en energía limpia.

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De acuerdo con un estudio de la International Energy Agency (IEA), las inversiones anuales en los mercados energéticos en países en desarrollo han caído alrededor de un 20 % desde 2016, como resultado de desafíos en la movilización de financiamiento para proyectos de energía limpia, además de presiones adicionales resultantes de la pandemia de covid-19, que han creando tensiones adicionales sobre las finanzas públicas de los países.

Dar cumplimiento a los compromisos de carbono neutralidad al 2050 requerirá de un aumento sin precedentes en el gasto en energía limpia. Para fines de la década de 2020, el gasto de capital anual en energía limpia debería expandirse en más de siete veces, por encima de US$ 1 billón (IEA, 2021), y se espera que un aumento de esta magnitud traiga importantes beneficios económicos y sociales.

Se ha alertado también que las afectaciones y alteraciones en la fauna generarán las próximas pandemias del futuro, ¿qué puede esperar la humanidad si no se genera una relación de respeto con su entorno?

La pérdida de hábitats, la modificación de los ambientes naturales, y, en un contexto más general, el declive de la biodiversidad, ha contribuido a la propagación de enfermedades infecciosas emergentes. De acuerdo con WWF (2020), más del 70 % de las enfermedades humanas en los últimos cuarenta años han sido transmitidas por fauna silvestre. El ébola, el SIDA, el SARS, la gripe aviar, la gripe porcina y más recientemente la covid-19 son algunos de los ejemplos más claros.

Aunque el vínculo entre la degradación de la naturaleza y las enfermedades es variable y depende del sistema de la enfermedad o la ecología local, la comunidad científica global coincide en que preservar ecosistemas intactos y su biodiversidad, y enfrentarse a los impulsores de exposición a la zoonosis (cambios en el uso de suelos; intensificación de la agricultura, en particular la producción de ganado doméstico; la explotación de la vida silvestre: los mercados, el comercio y la cría de animales silvestres; ciertas dinámicas de gobernanza; el cambio climático) generalmente reduce la prevalencia de estas enfermedades.

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Evitar nuevas pandemias dependerá en gran medida de detener la pérdida de biodiversidad y el cambio climático. Durante la última década se ha desarrollado a nivel global un movimiento llamado One Health, que reconoce cómo la salud humana está estrechamente vinculada a la salud animal y ambiental. Ha sido reconocido formalmente por varios organismos de las Naciones Unidas, la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE), la Comisión Europea, institutos de investigación, ONG y otros. En WWF, promovemos un concepto muy similar: Planeta Sano, Gente Sana.

Por último, ¿cuál es la situación de los polos en la actualidad teniendo en cuenta los niveles presentados de deshielo?, ¿qué riesgos existen?

Desde principios de la década de 1900, glaciares de todo el mundo se han derretido rápidamente. De acuerdo con WWF (2019), los últimos cinco años han sido los más calurosos registrados en el Ártico y, en 2016 y 2018, las temperaturas de invierno aumentaron a 6°C por encima del promedio histórico.

El derretimiento de los glaciares se suma al aumento del nivel del mar y sus efectos. Cuando el nivel del mar sube, aumenta la erosión costera y las inundaciones costeras, a medida que el calentamiento del aire y las temperaturas del océano crean tormentas costeras más frecuentes e intensas, como huracanes y tifones.

La cantidad y la rapidez con que se derriten las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida determinarán en gran medida cuánto se elevará el nivel de los océanos en el futuro. Si las emisiones continúan aumentando, se espera que la tasa actual de derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia se duplique para fines de siglo. Y, si todo el hielo de Groenlandia se derritiera, el nivel global del mar aumentaría 20 pies (WWF, s.f), algo alarmante.

Como si fuera poco, la inminente pérdida de hielo en los polos podría contribuir a la aparición de enfermedades. Enfermedades y virus procedentes de regiones tropicales podrían moverse a las zonas polares a consecuencia del calentamiento global, o, si el permafrost (capa de suelo permanentemente congelado) se sigue derritiendo, virus y bacterias que han permanecido latentes, podrían descongelarse.