Opinión - Bloomberg

Cómo un solo caso de Covid-19 hizo descarrilar a un banco central

Adrian Orr, gobernador Banco de la Reserva de Nueva Zelanda, hace una pausa durante una entrevista en la televisión Bloomberg en San Francisco, California, Estados Unidos, el jueves 14 de noviembre de 2019. Orr dijo que los tipos de interés deben permanecer bajos durante mucho tiempo.
Por Daniel Moss
18 de agosto, 2021 | 02:30 AM
Tiempo de lectura: 3 minutos

Bloomberg Opinión — Nueva Zelanda tomó la decisión correcta de aplazar una esperada subida de las tasas de interés. El banco central (RBNZ, por sus siglas en inglés) debería resistir la tentación de limitarse a retrasarlo uno o dos meses. La recuperación mundial probablemente haya tocado techo y las autoridades monetarias más importantes del mundo se resisten a contemplar la posibilidad de un endurecimiento durante al menos un año. No es el momento de que Nueva Zelanda se adelante.

El Banco de la Reserva de Nueva Zelanda mantuvo el miércoles su tasa de interés de referencia en 0,25%, después de que un cierre nacional, anunciado a causa de un único caso de Covid-19 en el país, le inyectara dramatismo de último minuto a una decisión que muchos economistas daban por segura. Aunque el país vivió sin Covid-19 durante meses, las autoridades han confirmado siete infecciones en los dos últimos días. El cambio fue suficiente para que el RBNZ reculara.

Está claro que su gobernador, Adrian Orr, sigue queriendo subir la tasa. La postura política de “menor arrepentimiento” implica una mayor reducción del estímulo monetario para mantener la inflación bajo control y apuntalar el empleo, dijo el banco en un comunicado. Los funcionarios acordaron, “sin embargo, mantenerla (tasa de interés) sin cambios en esta reunión dada la mayor incertidumbre con el país en un cierre”. Las proyecciones publicadas por el RBNZ muestran que la tasa subirá al menos una vez este año.

Hace falta mucho para que un banco central se desvíe del rumbo de un cambio bien planeado. Si bien unos pocos casos no deberían ser suficientes para ello, sí señalan la debilidad de lo que más allá de eso es un prometedor panorama económico para Nueva Zelanda. Si se consideran algunas de las métricas básicas, la decisión de subir las tasas está justificada: la inflación superó el objetivo del banco, de entre el 1% y el 3%, el pasado trimestre, una cuestión totémica para un país que inauguró la práctica de tener un objetivo hace tres décadas. El mercado laboral parece robusto; el desempleo cayó al 4% y el crecimiento salarial es el más alto en más de una década. Esta trayectoria es posible porque Nueva Zelanda llevó a cabo un experimento controlado dentro de unas fronteras efectivamente cerradas. Este enfoque puede funcionar a corto plazo. Si es una base sólida para la planificación monetaria a largo plazo es otra cuestión.

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Este halagüeño panorama doméstico siempre fue vulnerable a la variante delta, que está pasando factura en importantes zonas de Asia. Tras una rápida expansión a principios de año, el repunte de China se ha vuelto lento. En la vecina Australia, es probable que el producto interior bruto se contraiga este trimestre. Las acciones estadounidenses registraron el martes su mayor caída en un mes, en medio de la preocupación de que la recuperación económica mundial pierda impulso con nuevos cierres para contener el resurgimiento del coronavirus. A Nueva Zelanda le costará salir de este contexto.

La historia tampoco es especialmente alentadora. El RBNZ tiene tendencia a subir las tasas mientras el resto del mundo actúa con cautela. Si bien esto se ha convertido en una insignia de orgullo a nivel nacional, no siempre ha terminado de forma satisfactoria. Cuando el banco central comenzó a subir las tasas en 2014, lo hizo rápidamente. En ese momento, la Reserva Federal de Estados Unidos estaba reduciendo gradualmente la flexibilización cuantitativa, mientras que el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra mantenían el precio del dinero muy bajo.

El enfoque de Nueva Zelanda fue aclamado como una muestra de la maestría en la formulación de políticas y en el desempeño. Pero un año después, los funcionarios tuvieron que dar marcha atrás y las tasas empezaron a bajar, como señaló esta semana el economista de Bloomberg James McIntyre. (Predijo correctamente que Orr se opondría el miércoles). El retroceso entonces se atribuyó en parte a la baja inflación, que reflejaba un fenómeno global que la entonces presidenta de la Fed, Janet Yellen, calificó de “misterio”. Hoy en día, a los responsables monetarios les gusta describir el repunte de la inflación como “transitorio”. Puede que tengan razón, lo que hace que cualquier ritmo de subidas de tasas parezca demasiado rápido.

Nueva Zelanda haría bien en examinar cuidadosamente el panorama mundial durante los próximos meses. El banco tomó la decisión correcta el miércoles. En lugar de que este aplazamiento sea una lección para el mundo, los funcionarios deberían tomar el ejemplo de las grandes potencias. Hay mucho tiempo para hacerlo bien.