Bloomberg — Hace calor. Cada vez más. Los memes climáticos prácticamente se escriben solos: “¿Crees que este verano es caluroso? Considérese el más fresco del resto del siglo XXI”.
Son estos eventos (los días extremadamente calurosos, las sequías, las inundaciones y otros fenómenos meteorológicos agravados por el cambio climático) en los que el difunto gran Martin Weitzman pensó al escribir sobre las “colas gruesas” del cambio climático, incluso en nuestro libro conjunto, Shock Climático.
Weitzman, que falleció hace aproximadamente dos años, puso a los economistas a pensar en lo malo que podría ser el peor escenario del calentamiento global. No se trata sólo del aumento de las medias y de los promedios de las temperaturas globales, que por sí mismos deberían haber impulsado al mundo a reducir el CO₂ hace décadas. El cambio climático, argumentó con contundencia en una serie de artículos académicos a principios de la década de 2000, era una preocupación seria precisamente por lo que aún no sabemos y no podemos cuantificar: las incógnitas y lo incognoscible.
Las “colas gordas” se refieren aquí a la larga cola derecha de la curva de campana que representa el eventual calentamiento promedio global debido a la duplicación del CO₂. La mayoría de los científicos se han centrado en lo que es “probable”, como, en muchos sentidos, deberían. Pero si bien es bueno planificar para lo que se avecina, los seguros están destinados a lidiar con los eventos de baja probabilidad y alto impacto, la larga cola derecha que ilustra los posibles escenarios de pesadilla.
Si todo eso suena teórico y lejano, lo es. También lo fue para Weitzman. Él mismo estaba mucho más preocupado por el presente y por los fenómenos meteorológicos extremos y sus impactos.
Aquí hay un experimento mental típico de Weitzman que surgió en una caminata que hicimos cerca de su casa en una pequeña isla pantanosa en Gloucester, Massachusetts. ¿Qué pasaría si un huracán intenso azotara Boston? Una poderosa tormenta que toque tierra a lo largo de la costa del Golfo ya sería lo suficientemente mala: la gente perdería sus trabajos, quizás incluso sus vidas. Pero Florida ha experimentado huracanes antes y sabe que los volverá a ver. Hay planes de emergencia establecidos. Las carreteras tienen rutas de evacuación marcadas. En Boston, las consecuencias serían devastadoras. Nadie en Nueva Inglaterra, incluido Weitzman, estaba preparado para eso.
Por lo tanto, se centró en el clima como un problema de seguros. “Recudir las emisiones de carbono ahora”, argumentó, “es valioso no solo porque reduce las temperaturas promedio globales, sino más aún porque reduce la posibilidad de eventos catastróficos”.
Sin embargo, las matemáticas aún no respaldaban su intuición. La ciencia de la atribución, el trabajo de vincular los fenómenos meteorológicos extremos individuales con el cambio climático, era todavía una disciplina relativamente nueva que vivía sus primeros años. Los científicos de huracanes como Kerry Emanuel, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), ya estaban advirtiendo sobre la llegada de huracanes más intensos alimentados por el cambio climático en el Atlántico Norte. Pero tales eventos fueron simplemente demasiado infrecuentes para sacar conclusiones definitivas en ese momento.
Weitzman, en cambio, se centró en extremos a muy largo plazo: la relación entre las concentraciones de CO₂ en la atmósfera y las eventuales temperaturas globales promedio. Mostró matemáticamente lo importante que era considerar el peor resultado posible del cambio climático desenfrenado. El razonamiento de Weitzman invirtió la dinámica de la relación estándar entre la economía y el clima: la carga de la prueba ya no recaía en aquellos que sostenían que los extremos importan, sino en aquellos que afirmaban que no es así. Incluso la baja probabilidad de un verdadero escenario de pesadilla eclipsaba casi todas las demás preocupaciones.
Para respaldar este punto, Weitzman se enfrentó a otras dos figuras clave de la economía del clima. El economista de Yale William Nordhaus, que acabaría ganando el Premio Nobel por su trabajo, había desarrollado un modelo que mostraba cómo el cambio climático sólo justifica un enfoque gradual, encapsulado por un impuesto al carbono relativamente bajo. Lord Nicholas Stern, por su parte, abogaba por una acción mucho más contundente. Weitzman pensaba que Stern tenía razón, pero que “tenía razón por las razones equivocadas”.
Ahora parece que el propio argumento matemático de Weitzman podría resultar correcto por razones equivocadas. Puede que no sea el vínculo entre las concentraciones de CO₂ y las temperaturas que se desarrollaron durante décadas y siglos lo que demuestra cómo el efecto de los extremos climáticos podría eclipsar todo lo demás. Las sequías, las inundaciones y las olas de calor que recorren el mundo muestran que el clima es un problema de seguros, aquí y ahora.
Gernot Wagner escribe la columna Risky Climate para Bloomberg Green. Enseña en la Universidad de Nueva York y es coautor, junto con Martin Weitzman, de “Shock Climático”. Su libro “Geoengineering: the Gamble” sale este otoño boreal.